En 1840, el gran Edgar Allan Poe publicó, en mi opinión, uno de sus relatos más terribles y perturbadores, aunque, curiosamente, no se trata de una de sus brillantes historias de terror gótico. El relato en cuestión se titula El hombre de la multitud, y la trama, de lo más sencilla, cuenta la historia de un hombre sin nombre, uno más, que un buen día, mientras tomaba tranquilamente un café en un local londinense, se queda fascinado por la multitud sin rostro que deambula como una marabunta detrás de la ventana. Y en ese momento toma conciencia de la inmensa soledad en la que viven todos y cada uno de aquellos seres anónimos, como él, a pesar de vivir rodeados de otros. De pronto, entre aquella masa, ve pasar a un anciano que le llamó poderosamente la atención y del que, por algún extraño motivo —o no— desconfiaba, tanto que comenzó a seguirle durante horas… el hombre de la multitud.
Traigo a colación este relato del bostoniano porque, sin que sepa muy bien por qué, desde que leí la primera página de esta novela, La víspera del fin del mundo, del escritor gallego Néstor Barbosa, publicada recientemente por Editorial Círculo Rojo, continuamente venían a mi cabeza algunos de sus pasajes o, mejor dicho, algunas de las sensaciones que me produce releer esta historia corta.
Quizás se deba a que en ambas obras se manifiesta esa clásica dualidad entre el individuo que busca serlo y una sociedad que, cada vez más, tiende a anularle; la lucha entre la ansiada soledad de los eremitas a lo Zaratustra y la pulsión por relacionarse con el otro, con los otros. Tanto la literatura como la filosofía han desarrollado esta terrible dicotomía. Sirva de ejemplo el existencialismo francés de la primera mitad del siglo XX. La víspera del fin del mundo tiene mucho de El lobo estepario de Herman Hesse y de La nausea de Sartre. Y Sartre, casi mejor que nadie, sintetizó este arquetipo existencial del hombre frente al mundo con una frase: «El infierno son los demás». La sociedad, los otros, los demás, como un monstruo que intenta engullirnos y del que, a la vez, no queremos separarnos.
El primer capítulo de esta extraordinaria obra de Néstor Barbosa lo ejemplifica también muy bien —como es lógico, no es mi intención desvelar nada de esta trama, más allá de los estrictamente necesario y de lo ya revelado—, con la terrible historia de una joven llamada Laura, que no se siente «normal» en un mundo que percibe tan hostil como extraño, y que es violada por un asqueroso depredador con el que desafortunadamente se cruza en el autobús. Y pese a que muchos pasan por el lugar en el que estaba sucediendo el terrible atropello, nadie hace nada. La joven, aún aturdida, coge de nuevo un autobús con la intención de regresar a su casa. Su único consuelo, uno de sus osos de peluche, al que se abrazó en busca de sosiego… «La única inocencia que sigue intacta en este maldito día solo es capaz de transmitirla un oso de peluche. El poliéster como medio de salvación». Brutal. Imaginen la terrible soledad que debe sentir este personaje regresando a casa en autobús tras ser violada.
Lo curioso es que, aunque La víspera del fin del mundo comienza con la historia de Laura, no es ella el personaje principal de esta complicada y poliédrica trama. Los personajes principales son dos jóvenes, Lena, una chica de 13 años que «seguía viva en un mundo donde solo estaba permitido sobrevivir»; y Leo, un chico mayor que había vivido gran parte de su vida en un búnker, que se encuentra con Lena fortuitamente. A partir de ese momento se lanzan juntos a una búsqueda que les llevará a…
Es aquí donde la trama se pone realmente interesante. Ambos sobreviven en un mundo asolado por un extraño virus que —atención—convierte a los humanos en animales. Sí, como leen. Y no, no es spoiler —pueden comprobar que en la propia sinopsis del libro se cuenta—. Pero, por algún motivo que no conocemos —y que, como es lógico, se termina conociendo cuando se avanza en la trama—, el virus no afecta a estos dos jóvenes…
Repito, un virus que convierte a los humanos en animales. La carga metafórica y filosófica que tiene esto daría para un libro de filosofía contemporánea.
Y aquí llegan de nuevo las referencias literarias o cinematográficas, con intención o no por parte del autor. Por ejemplo, a la Metamorfosis de Franz Kafka, que también guarda mucha relación con la literatura existencialista —la transformación de uno de los personajes, Esteban, en un ciervo, en la que se describe como poco a poco va perdiendo la humanidad, si es que eso es algo, aunque sin perderla del todo—, o a la extraordinaria novela Los invasores de cuerpos, de Jack Finney, adaptada en varias ocasiones al cine —y citada en varias ocasiones por Néstor Barbosa en este libro.
Por otro lado, la novela está ambientada en una ciudad llamada Edén, sin más, y sus alrededores, y sabemos que el gobierno —de esa ciudad o del mundo, o de lo que sea— está en manos de la extrema derecha, que, con la intención de paliar la terrible pandemia, tomada medidas enormemente represivas —«afortunadamente, las nuevas leyes regidas por el reino animal eran menos vulgares que las tomadas por el partido de la ultraderecha»—. Pero no sabemos ni dónde está esa ciudad, ni en qué fecha sucede todo, ni casi nada… Y tampoco hace falta. Lo que pretende contarnos Néstor Barbosa es otra cosa, es algo muchísimo más metafórico, existencialista y poético. Pero claro, si quieren saberlo, tendrá que leer su obra.
Ya para terminar, y por hablar de algo puramente lingüístico, la novela está escrita por una precisa y elegante prosa y está construida mediante una interesante estructura no lineal, que poco a poco nos permite conocer a los pocos personajes que deambulan por sus páginas, y que paulatinamente va creciendo hasta un extraordinario e impredecible final que, sin duda, es todo un acierto.
Sin duda, La víspera del fin del mundo es una de las obras más bonitas, innovadoras y valientes que he leído últimamente. Absolutamente recomendable.
PD. El hombre de la multitud de Poe comienza con una frase del francés Jean de la Bruyère que merece la pena conocer: «Qué gran desgracia la de no poder estar solo»…