«La realidad objetiva acaba de evaporarse», dijo en cierta ocasión el físico y filósofo alemán Werner Karl Heisenberg, padre del complicado pero fascinante principio de incertidumbre, uno de los pilares de la física cuántica y clave de eso que se conoce como indeterminación cuántica. Sin entrar en mucho detalle, esa idea, nada intuitiva, pero cierta y comprobada, plantea que cuanto mayor precisión se busca a la hora de situar una partícula en el espacio, menos se conoce su posición exacta. ¿El motivo? Las maravillas de lo cuántico: las partículas, por raro que nos parezca, están a la vez en dos lugares distintos. Por supuesto, esto es muchísimo más complejo —si hay un físico aquí, que me perdone—, pero quería poner esto como ejemplo de algo más trascendental de lo que en un primer momento podríamos pensar: la realidad no es lo que parece y no es objetiva. Ahora, bien si no es objetiva, es ¿subjetiva? ¿Depende del observador? ¿Depende de nosotros? ¿Cada uno de nosotros vive y siente una realidad distinta? A todas estas preguntas, y a muchísimas, intenta responder la autora María Carmen Rodríguez Ricote en su extraordinario ensayo reflexivo Nadie nos enseña el camino hacia la luz, publicado recientemente por Editorial Círculo Rojo.
Por supuesto, no es mi intención desvelar demasiado de sus geniales y complicados planteamientos, faltaría más; pero sí que me gustaría destacar algunas ideas que destacan, desde mi perspectiva subjetiva, y que pueden animar al lector interesado a apostar por este libro.
Por un lado, una idea que recorre transversalmente toda la obra es que el ser humano, al igual que ha ido evolucionando a lo largo de los milenios, y de forma asombrosa, sigue haciéndolo en la actualidad, y seguirá haciéndolo. La autora plantea que el siguiente paso será el despertar de la consciencia, que nos llevará, a romper las barreras que, quizás, nosotros mismos hemos creado, y a extender nuestro conocimiento más allá de lo que creíamos real. Ese es el camino: abrir nuestra mente para aprehender y comprender que la realidad es mucho más compleja y fascinante.
Pero este camino, a la vez que va hacia el exterior, se dirige también hacia el interior, hacia nosotros mismos. Y aquí la autora, como los grandes filósofos de la antigüedad, se centra en la senda de la introspección, en la búsqueda de nuestro verdadero ser, de lo que realmente somos; interesantísima idea que desde la antigua Grecia ha sido esencial en la filosofía, al igual que, quizás antes, ya lo era en algunas religiones. En el frontispicio del templo de Apolo en Delfos, muy cerca del famoso oráculo, alguien escribió hace dos milenios y medio: «Conócete a ti mismo»; ese es el camino de la verdad, del saber, del conocimiento último. Pero algo parecido predicaban Buda o Lao Tse.
Este camino interior guarda también relación con otro aspecto importante y destacable de Nadie nos enseña el camino hacia la luz: la gestión de los aspectos irracionales, de las emociones, que son lo que realmente nos hacen ser lo que somos, humanos, demasiado humanos; y son las emociones las que, además, nos hacen ser únicos, especiales, maravillosos, a nivel individual.
Por supuesto, también habla María Carmen Rodríguez Ricote de la trascendencia y del ser en un sentido clásico. ¿Somos antes de ser? ¿Hay algo en nosotros que estuviese antes o que permanezca después? La eterna pregunta, respondida por las religiones, pero siempre esquiva. Nuestra autora, desde una perspectiva espiritual, pero también cercana a la ciencia de frontera, aventura que sí…
Y hasta aquí puedo leer. Como imaginarán, en la obra se habla de muchísimos más temas, relacionados de una manera u otra con todo esto que les acabo de exponer, desde el criterio de la moral —la eterna disyuntiva entre si existe un orden superior que proponga qué es el bien y qué es el mal, o no— hasta las tremendas y devastadores incoherencias de una sociedad como la actual, en la que, a la vez que hay muchos seres de luz que han despertado y han iniciado la senda hacia una nueva evolución, sigue habiendo guerras, hambre, corrupción, envidia, avaricia…
Por otro lado, desde un punto de vista estrictamente formal, la obra, si bien es apta para todos los públicos, requiere una lectura calmada y sosegada, dada la densidad conceptual que a veces se desarrolla; y pese a que el lenguaje empleado, por lo general, es agradable, sencillo y accesible. Pero vamos, es lo esperado: los conceptos e ideas que aquí se exponen y desarrollan requieren de un cierto nivel de comprensión.
En resumidas cuentas, una obra interesantísima, sorprendente, iluminada, repleta de reflexiones de alto nivel y muy muy trabajada. Una delicia para los lectores amantes de la filosofía y las obras de crecimiento personal de verdad. No se arrepentirán si se sumergen en sus páginas, aunque, como comentaba, a veces les costará. Nadie dijo que iba a ser fácil. Vivir no lo es. Y pensar, mucho menos.
Esta obra, en definitiva, afronta su objetivo, ayudarnos a encontrar el propósito de nuestra existencia y guiarnos por este árido camino que es la vida, con la humildad socrática del que solo sabe que no sabe nada. Hay tanto que conocer que nunca dejaremos de aprender. Pero ojo, esto no puede llevarnos a la desidia, sino que, al contrario, debe motivarnos a lanzarnos a las a veces tumultuosas aguas del conocimiento para elevar nuestro yo y expandir nuestra conciencia.
Muchas gracias por esta genialidad.