Para entender este libro, Cartas desde la 57, publicado recientemente por Editorial Círculo Rojo, es necesario conocer brevemente las circunstancias vitales de su autora, Gabriela Tepepa, una hondureña nacida en 1981 que, tras una infancia complicadísima, y tras una adolescencia aún más difícil, terminó siendo condenada a prisión por el homicidio, en defensa propia, de un tipo que la violó cuando tenía solo veintitrés años. Fue durante su estancia en prisión, en la cárcel de Tallahaase (Florida), donde aprendió a leer y escribir, además de realizar un curso de escritura narrativa.
De hecho, este libro, Cartas desde la 57 fue escrito en prisión —quién sabe si desde la celda número 57—, y consiste, en resumidas cuentas, en diecisiete relatos realistas, casi todos dramáticos, de extensión variada y con una carga reflexiva y emocional apabullante.
Lo novedoso es que los relatos están construidos mediante cartas que van dirigidas a «personas» diversas —la primera, «Al de arriba, si es que existe», por ejemplo, va dirigida a Dios—. Otras van dirigidas a personas concretas, y algunas, simplemente, a nadie en particular, sino que son, más bien, relatos con cierto tono moral, en ocasiones, o que narran terribles historias de vida sin relación directa con el mundo carcelario.
A veces son cartas de reconciliación, amistosas, amables, nostálgicas; otras están llenas de reproche y rencor, pequeños ajustes de cuentas literarios, vendettas escritas con afán de exponer antiguas heridas del pasado (por ejemplo, la segunda carta, dirigida a unas padres salesianos que dirigían un internado, al que escribe el supuesto protagonista desde la cincuentena); algunas narran vivencias acaecidas en el interior de la prisión con un grado de detalle pasmoso y un realismo extremo —en ellos, además de reflexionar sobre sus propias vivencias, sentimientos y emociones, nos narra el día a día, su día a día, en esas difíciles circunstancias—, o se centran en exponer historias personales con un fuerte contenido social y reivindicativo —es aquí donde la autora desarrolla especialmente un gran talento literario, especialmente en la descripción de lugares y situaciones.
Evidentemente, Cartas desde la 57, además de ser un extraordinario ejercicio literario, invita a un sinfín de reflexiones y vehicula un buen número de aprendizajes. En especial, el libro invita a pensar sobre las duras experiencias que deben afrontar las personas presas, pero también sobre los motivos que nos pueden llevar a cualquier de nosotros, por causas diversas, hasta allí. Esto conduce a reflexiones interesantes sobre el sistema judicial, la proporcionalidad de las penas, la siempre complicada aspiración de reinserción, las jerarquías que se crean en prisión, los privilegios de clase —que implican que la mayor parte de los presos sean de origen humilde; y que, incluso cuando están en prisión, se mantienen—, la formación de grupos según etnias o religiones, la anulación del individuo, lo difícil que resulta sobrevivir, etc. Pero también incluye un buen número de conceptos e ideas tan importantes y filosóficas como el perdón, el bien y el mal, la justicia, la felicidad, la educación, la formación de las personas, el sentido de la vida, las creencias religiosas, la esperanza de redención, la importancia de la libertad para el desarrollo personal y emocional, los peligros y las consecuencias de la violencia en el ámbito familiar, el machismo y los roles sociales de la mujer, la diferencia de clases, etc.
Por supuesto, también hay que destacar las brillantes descripciones de los lugares en los que se desarrollan las tramas, consiguiendo transportar al lector a cada uno de los lugares en los que se desarrollan los distintos relatos. Esto puede parecer fácil, pero todo aquel que se dedica a las letras sabe lo complicado que es conseguir que el lector sienta de verdad que está donde el escritor quiere que esté. Y solo es posible si las descripciones de los contextos están bien construidas y son detalladas.
Además, los personajes, como no podía ser menos, están construidos de forma prodigiosa. Y, lo que es más importante, van evolucionado y complejizándose conforme las tramas van avanzando. De nuevo, Gabriela Tepepa consigue algo que resulta aún más sorprendente siendo una ópera prima: sus personajes están llenos de claroscuros, conflictos interiores y complejidades; son riquísimos y geniales; y, además, la autora consigue que empaticemos con ellos y con sus vivencias.
En resumidas cuentas, una antología de relatos tan extraordinaria como sorprendente y recomendable. Deberían hacerse con ella ya, no se van a arrepentir. Como dicen los ingleses, todo un must have…