Los antropólogos tienen claro desde hace muchas décadas que los cuentos de hadas, tradicionalmente orales, tienen muchísima más importancia de lo que parece para la formación de los miembros de una cultura, de cualquier cultura. Por un lado, porque son un mecanismo perfecto para la transmisión de conocimientos, especialmente de conocimientos morales. Además, las historias fantásticas suelen reflejar la estructura de las costumbres y las creencias de una sociedad determinada. Sí, en nuestra autodenominada, altiva y presunta sociedad moderna parecen haberse reducido a un mero entretenimiento para niños, aunque aún mantienen ese importante rol de vehículo para transmitir valores morales. Pero a lo largo de la historia su papel ha sido mucho más importante, especialmente en las mal llamadas sociedades «primitivas». De hecho, los etnólogos han conseguido averiguar muchas ideas sobre un buen número de estos pueblos gracias a las historias que de generación en generación se transmiten entre niños adultos y niños «niños».
El propio Freud, padre del psicoanálisis, les dio mucha importancia, considerando que los elementos mágicos que suelen contener eran una expresión simbólica de los deseos humanos.
Por otro lado, las historias fantásticas también son un mecanismo perfecto para provocar o transmitir reflexiones de una manera sencilla. Platón, por ejemplo, lo tenía claro, y utilizó narraciones míticas para explicar conceptos complejos —sirvan como ejemplo su famosísimo Mito de la Caverna o el Mito del Auriga, con el que pretendía explicar las partes del alma—. El propio Jesús de Nazaret utilizó pequeñas historias, sus famosas y originales parábolas, para explicar a sus discípulos algunas de las ideas que quería transmitir.
Evidentemente, existe una clara diferencia entre los mitos de Platón, las parábolas de Jesús y los cuentos de hadas, pero al final todas estas narraciones comparten algo: la idea de que mediante una historia ficticia sencilla se puede transmitir una enseñanza compleja.
Esto, precisamente esto, es lo que hace Angelina Fabiola Caminos en su extraordinaria y tremendamente original obra Cuentos de hadas para príncipes y princesas adultos, publicada recientemente por la editorial Círculo Rojo.
«Un profundo deseo de ayudar a las personas», así responde Angelina Fabiola Caminos a la auto-pregunta: ¿qué fue lo que me impulsó a hacer lo que hago? Por eso se hizo psicóloga, y por eso llegó a la conclusión, como también explica, de que mediante los cuentos de hadas se puede ayudar a las personas a reconducir su vida. La lógica es sencilla: los cuentos suelen tener un final feliz, pero siempre tras una serie de tribulaciones que sus protagonistas deben superar. Nosotros, humanos, demasiado humanos, buscamos, en resumidas cuentas, eso mismo: una vida feliz. A partir de esta premisa, nuestra autora desarrolla una serie de ideas y herramientas, inspiradas en los cuentos de hadas, que pueden ayudarnos a conseguir ese objetivo. Podemos ser felices, pero tenemos que contar con las tribulaciones que encontraremos en el camino. Y vencerlas…
Por supuesto, no es mi intención desvelar en exceso el contenido de esta obra. Tendrán que leerla para comprender mejor su planteamiento. Pero hay algunas ideas que merece la pena reseñar.
Por ejemplo, el valor de la fe. No de la fe mística o religiosa, sino de la fe en nosotros mismos y en nuestras posibilidades. Los cuentos de hadas muestran de mil maneras distintas esta idea. O la importancia de soñar, de idear futuros mejores que, con la ayuda de la fe, podamos conseguir; o su atinado diagnóstico de nuestra mermada capacidad cognitiva como consecuencia de determinados malos hábitos sociales y personales; o lo perniciosa que es la rigidez mental y la falta de comunicación.
Así, a partir de estas premisas, Angelina Fabiola Caminos nos regala una serie cuentos maravillosos que esconden, de forma más o menos velada, un buen número de sugerentes lecturas. Por supuesto, no voy a desvelar el contenido de ninguno de ellos, pero sí les voy a decir que son realmente extraordinarios y que la autora desarrolla una capacidad creativa tan apabullante como la rica prosa que nos ofrece. Una genialidad.
En resumidas cuentas, Cuentos de hadas para príncipes y princesas adultos es una obra tan entretenida como recomendable. Les puedo asegurar que si todos hiciésemos caso a estas sencillas ideas, y practicásemos los interesantes razonamientos que nos propone, la vida nos iría de otra manera y seríamos más felices y plenos. Y no, no es un libro de autoayuda, aunque proporcione, o pretenda proporcionar, herramientas que nos ayuden a ayudarnos a nosotros mismos. Puede resultar paradójico, pero es así. No se trata de seguir un manual. No está escrita la receta. Se trata, en pocas palabras, de darse cuenta de qué somos y de actuar en consecuencia.
Además, les aseguro que, si leen este libro, a partir de ese momento verán los cuentos de hadas de otra manera, como lo que realmente son: sabiduría ancestral vestida de simple fantasía.