«Este libro es sorprendente. Y no engaña a nadie. Es sorprendente desde el propio título, que acota y explicita a la perfección las intenciones de su autor». Así comenzaba la reseña que hace unos meses escribí sobre Religiosidad, Miedosidad y Cementeriosidad en la obra de Bécquer, la sensacional y atípica obra de crítica literaria del filólogo zaragozano Jesús Viñuales Monzón, un extraordinario análisis hermenéutico sobre la obra de Gustavo Adolfo Bécquer. Y así, con esas mismas palabras, comienza esta nueva reseña, que en esta ocasión versa sobre un libro anterior de este autor, también publicado por la editorial Círculo Rojo, que ha sido recientemente reeditado.
Ahoramismo eterno se llama y, al igual que su estudio sobre Bécquer, se trata de un trabajo de crítica literaria, con mucho de filosofía, centrado en la obra de varios grandes del Siglo de Oro español —que duró más de un siglo, por cierto—: San Juan de la Cruz (Juan de Yepes, 1542-1591), Santa Teresa de Jesús (1515-1582), Fray Luis de León (1527-1591), Fray Luis de Granada (1504-1588) y Pedro Calderón de la Barca (1600-1681).
Para Viñuales, estos literatos, cuyas obras se caracterizaron por centrarse en temas relacionados con la religión cristiana, contribuyeron en «hacer caer en el mismo lodo [en el que ellos estaban] a un sinfín de gentes con escasos recursos psico-filosóficos para ver y distinguir la realidad palpable de la existencia» (17). Es decir, contribuyeron a difundir y a perpetuar el engaño religioso —o el espejismo, como acertadamente define este autor—, a costa de ningunear la vida «real».
Por lo tanto, el objetivo declarado que se plantea Viñuales consiste en «el desmantelamiento de toda falacia religiosa» (18).
Ahora bien, ¿en qué consiste esa existencia cuya realidad es palpable y que, según plantea este autor, ha sido enmarañada falazmente por la religión cristiana, en este caso, aunque aplicable a todas las demás, supongo? A responder esta pregunta dedica la larga introducción que antecede a análisis de las obras de los citados autores del Siglo de Oro, un brillante y demoledor arranque filosófico en el que una y otra vez el autor hace gala de un rasgo que ya llamó de forma poderosa mi anterior cuando leí su libro sobre Bécquer: el empleo, acertado y preciso, de neologismos creados por él que le permiten y acotar determinadas ideas y conceptos de una manera eficaz y audaz. Por ejemplo, el propio título: Ahoramismo eterno. Así sintetiza su idea de que el tiempo horario no existe, sino que es una mera ilusión creada por nosotros, los humanos demasiado humanos; y que, por lo tanto, ni existe el pasado, ni existe el futuro, sino que solo el presente existe, el ahora, el ahoramismo. «La grandiosa observación es que nosotros somos nuestro propio presente, nuestro propio presente eterno, somos nuestra propia eternidad individual en sus distintas y variadas manifestaciones» (24).
Este es uno de los pilares filosóficos de este libro. El otro es lo que denomina como Era Cardiaca, la era de lo que realmente somos y de lo que realmente importa: el corazón de todas las cosas, nuestro corazón, el corazón de todos los seres individuales, alter ego del alma religiosa tras liberarla de sus concepciones metafísicas y mitológicas, o del subconsciente freudiano liberado, quizás, de Freud.
Sí, lo que plantea es que el corazón, metafórica y líricamente hablando, es el centro de mando existencial al que hay cuidar para hacer crecer nuestra mente, pero también para mantener una deseable concordia personal con nosotros mismos. «El corazón controla las sensaciones, las emociones y la organización del material psíquico del ser» (31). Pero lo hace a nivel subconsciente, por lo que urge, como primera acción, prestar atención a sus manifestaciones, a esa voz interior, la voz del corazón, que más que ser parte del nosotros, del yo, es el yo, el yomismo.
Ambos conceptos, como es lógico, ahoramismo y corazón, están interrelacionados. De esta realidad, ubicada como es lógico, en un espacio, el aquimismo —que me perdone Viñuales por hacer mío su particular y maravilloso sistema de conceptualización— nada puede escapar. Presente, aquí y corazón, la particular Profana Trinidad sobre la que gira la existencia.
Por otro lado, ataca frontalmente la tradicional concepción sobre el amor, que reinterpreta de un modo de lo más interesante. Eso que llaman amor solo es posible tras tomar conciencia del propio corazón: no se trata de querer al otro, al menos no de primeras, sino de quererse a uno mismo, de querer a nuestro propio corazón. Solo así, queriéndonos, se podrán dar relaciones afectivas interpersonales.
Todo esto, como es lógico, ataca en la línea de flotación a los postulados de la religión.
Según Viñuales, no tiene ningún sentido la existencia de Dios y carece de toda lógica. No puede existir un ser con las tradicionales características asociadas a Dios que, a la vez, permita que se dude de él. No tiene sentido como creador, ya ni que el tiempo ni el espacio han podido ser creados, por lo tanto, no todo ha sido creado, ni se le puede considerar omnipotente ni todopoderoso.
Creer en la existencia de este pretendido ser superior y entregarse a él implica cegar el corazón individual, negar la existencia real, obstruir el pensamiento y realizar una tremendo sacrificio psicológico.
Con todas estas premisas, Viñuales se dispone a analizar las obras de los autores antes comentados, que, según expone, consisten, pese a su indudable calidad literaria, en «deplorables esfuerzos retóricos o estilísticos que han tenido lugar para extender tanta mentira, inconmensurable, consiguiendo, consecuentemente, el doblegamiento intelectual del lector» (69). Es decir, con claros fines proselitistas han adornado la «cardiaquicidad» de la existencia y han ayudado a tejer el espejismo religioso malsano. Viñuales considera, por lo tanto, que todas estas obras «son obras escritas para minusválidos mentales» (19). Y no solo eso. Va más allá y afirma tajantemente que «toda la terminología religiosa es demencial» (19).
No vamos a entrar a valorar sus reflexiones y análisis sobre estas obras cumbres de la literatura religiosa española, ya que excede con mucho las pretensiones de este reseña. Háganse con el libro y disfrútenlo.
Mencionar por último que esta obra, Ahoramismo Eterno, sirve de perfecto complemento para entender mejor el libro posterior de Viñuales, Religiosidad, Miedosidad y Cementeriosidad en la obra de Bécquer, y, sobre todo, para comprender su compleja pero interesantísima propuesta existencial, reflexiva y antropológica.
- Por poner una pega, no termino de entender la propuesta que hace Viñuales sobre la muerte, a la que considera más bien como un «desprendimiento o abandono del cuerpo químico del ser» (39), lo que le lleva a afirmar que la muerte no existe y que nuestra auténtico ser individual, una vez despojado de sus «restos químicos», continúa existiendo en «otro plano de realidad existencial». Me hubiese gustado que el autor ahondase en esta idea. A ver si en un siguiente libro…