Hace varias décadas, el gran Henry Miller dijo: «Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas». Cuánta razón tenía. Aunque lo expresó mejor todavía Neruda cuando dijo: «Si no escalas la montaña, jamás podrás disfrutar el paisaje». No en vano, existe una amplia tradición literaria —y cinematográfica— del viaje como metáfora de la vida, como experiencia existencial y, si me apuran, estética. Desde la Epopeya de Gilgamesh —un viaje en busca de la inmortalidad— o la Odisea —metáfora del constante y ansiado retorno a casa—, hasta On the Road de Jack Kerouac, la Lolita de Nabokov o, incluso, el propio Don Quijote. Y ahora, a estas grandes obras, se le une la pequeña pero extraordinaria novela Ex, de M.S.Acero, publicada recientemente por Editorial Círculo Rojo.
Ex nos cuenta la historia de un joven periodista, Alfredo, que, tras cerrar un capítulo de su vida, decide dejar su trabajo, su ciudad y su país en busca de lo más importante: vivir. Así, se marcha a Irlanda, donde su hermano menor había conseguido un tiempo antes labrarse un futuro laboral y personal. A partir de ese momento comienza una aventura existencial que, por supuesto, no pienso destripar en esta reseña —no más de lo estrictamente necesario.
En resumidas cuentas, es la historia de un viaje. De un viaje físico, a Irlanda, y de un viaje mental, hacia sí mismo.
Por otro lado, desde una perspectiva puramente formal, Ex está construida en primera persona, a modo de diario introspectivo, y en pasado, desde un momento determinado después de la finalización del «viaje». Destaca la capacidad del autor para crear el necesario e imprescindible clímax, característica esencial de la buena novela. Lo hace, como es habitual, dosificando la información y creando tramas paralelas, consiguiendo con ello que el lector no pueda despegarse del libro hasta pasar la última página.
Además, la prosa de brilla de manera especial en las descripciones de ambientes, consiguiendo transportar al lector a cada uno de los lugares en los que se desarrolla la acción del libro. Esto, unido a la impresionante caracterización de los personajes, tan ricos en matices y en detalles como los lugares que describe, provoca una experiencia inmersiva, algo que puede parecer fácil de hacer, pero que solo consiguen los maestros de la pluma. Por supuesto, también ayuda el lenguaje cercano, urbano y realista que M.S.Acero imprime a los personajes, muy del día a día, que permite que el lector empatice con los actores de esta novela.
En otro orden de cosas, la novela está llena de pequeños disparos de realidad, certeros y atinados, que conducen, consciente o inconscientemente, a numerosas reflexiones. Por ejemplo, cuando el protagonista comenta, al principio de la novela, que ha dejado el trabajo porque necesitaba hacerlo, porque necesitaba reinventarse, y le responden: «Con la que está cayendo». Unas páginas después lo explica de una manera brillante: «Necesito un cambio. Es como si todos los días tocara la misma canción. A todas horas». O cuando menciona algo que me resultó especialmente sugerente: «Nadaba en un océano de felicitaciones que caducaban a los pocos minutos». Sabía frase que resume a la perfección lo peligrosos que son los parabienes impostados en este mundo de influencers, likes y postureo on line.
Y otro sabio aprendizaje más: «Solo quien se atreve a comenzar de cero tiene derecho a volver sobre sus pasos». Qué grande.
Pero, sobre todo, en el libro se repite varias veces la importancia de algo tan antiguo como la propia filosofía, pero que sigue siendo esencial: la importancia de encontrarse a uno mismo. Siempre me ha encantado esa frase que aparecía inscrita en el frontón del templo Apolo, en Delfos: «Conócete a ti mismo». ¿Qué sentido tenía aquella frase allí? Sencillo: todo aquel que quisiese realizar cualquier consulta a los dioses, antes de adentrarse en el oráculo, leía aquel mensaje, una clara invitación a descubrir que el autoconocimiento es el camino hacia la madurez humana, nuestra principal tarea, tarea a la que nos debemos entregar en cuerpo y alma en un particular viaje hacia nosotros mismos que, como si de un viaje de peregrinación se tratase, nos llevará no solo saber qué somos, sino a conocer con mucho más acierto qué son los demás y qué el mundo que nos rodea… Aunque quizás todo esto no sean más que «tonterías barnizadas con retórica trascendental», como el propio autor comenta sobre un personaje en un momento determinado de novela. O no. Yo qué sé…
Un último apunte: maravillosas las referencias al yoga. Se nota que el autor es yoghi y conoce a la perfección los beneficios fisiológicos y espirituales de esta antiquísima práctica ancestral. Un punto más a su favor.
En fin, una obra tan original como brillante, tan personal como universal, y tan divertida como filosófica. Merece la pena. Apuesten por ella.