Uno podría pensar que el lector compulsivo está tan acostumbrado a leer que en muy pocas ocasiones se sorprende con un nuevo libro. Pero no es así. Al contrario. Leer no produce tolerancia, aunque sí que aumenta el umbral de lo que se considera bueno o malo, siempre desde una perspectiva subjetiva, personal e intransferible. Pero, por mucho que uno lea, de vez en cuando llega una obra que desde sus primeras páginas le atrapa y le conduce inexorablemente a devorar todas y cada una de sus letras. No exagero si digo que esto sucede con este libro…
¿Por qué leemos? Vaya pregunta. Leemos por mil motivos distintos, y cada persona tendrá los suyos, aunque también dependerá de los estados de ánimo. Leemos para escapar momentáneamente de la realidad, o para despertar emociones y sentimientos, o para aprender. Sobran los motivos. Pero es indudable que a veces leer duele. Duele mucho.
A este humilde reseñista le ha dolido en el alma leer esta obra, tan brillante y extraordinaria como desgarradora. Duele mucho. Y eso ya es un primer punto a favor de su autora, Carmen Manzaneque, una genial novelista que estuvo a punto de ganar el Premio Planeta en 2014 con su primera novela, Donde brotan las violetas, y que hace un par de años, allá por 2018, nos regaló esta maravillosa ficción llena de verdades, Junio amaneció nublado, publicada por la Editorial Círculo Rojo.
Como es lógico, poco voy a contar sobre la trama. Tendrán que leer el libro para saber más. Pero, sin permiso de la autora, sí que quiero introducir un poco la historia, entre otras cosas para ver si así consigo convencerles de que merece la pena adentrarse de lleno en las páginas de este libro. Todo comienza con el hallazgo de una chica de quince años al borde de la muerte que, al parecer, ha intentado suicidarse. Cuando la policía comienza a investigar, encuentra en la habitación de la joven una dibujo a carboncillo de lo más inquietante: una chica en bikini en una playa con un desproporcionado escorpión subiendo hacia su vientre y una frase inquietante: «¡Muerte al escorpión!». Y aunque parece claro, al menos en un principio, que se trataba de un suicidio, algunos indicios parecen indicar que había algo más… Hasta aquí puedo leer.
A partir de esta premisa inicial se va desarrollando una trama contada en varias voces y en varios tiempos. Junto a un narrador omnisciente, viajaremos al pasado para conocer quién era la protagonista de esta historia, Marta, y qué le llevó a su trágico destino. Y por otro lado, la propia Marta nos va relatando con letras de sangre, a modo de diario, su mundo interior, sus fantasmas y su terrible viaje al infierno consecuencia, entre otras cosas, de aquel «accidente»… Y finalmente, conforme vayamos llegando al clímax final, sabremos quién es aquel escorpión…
Por otro lado, desde una perspectiva puramente formal, destaca la capacidad de la autora para crear el necesario suspense, característica esencial de la novela negra, aunque esta no lo es. Lo hace, como es habitual, dosificando la información y creando tramas paralelas, consiguiendo con ello que el lector no pueda despegarse del libro hasta pasar la última página. Esto, unido a la impresionante caracterización de los personajes, tan ricos en matices y en detalles como los lugares que describe, provoca una experiencia inmersiva en el lector, algo que puede parecer fácil de hacer, pero que solo consiguen los maestros de la pluma. Por supuesto, también ayuda el lenguaje cercano y realista que imprime en los personajes, muy del día a día, que permite que el lector empatice con los actores de esta novela.
En definitiva, se trata de un libro riquísimo, con una prosa tan atroz y brillante como descorazonadora e inquieta. Brillan las descripciones de los estados de ánimo, especialmente las reflexiones introspectivas en primera persona del protagonista, y los continuos detalles de una realidad que por cotidiana no solemos aprehender. Nada más. Una obra tan recomendable como necesaria.
«Abrió su corazón hasta donde podía abrirse y luego lo cerró cuidadosa. Había una parte que era solo para ella».