Es más que evidente que la novela negra sigue siendo uno de los géneros más leídos, aunque también continúa formando parte, junto a la ciencia ficción o la fantasía épica, de ese grupo de géneros criticados por los snobs intelectualoides que, desde las alturas de su supremacismo literario, consideran que este tipo obras son «para todo los públicos» y no reconocen el valor que muchos títulos tienen. Afortunadamente, hace tiempo que esto comenzó a cambiar. Y lo ha hecho gracias a obras como esta, La bahía bajo la niebla, del autor vasco Sergio Pereira, recientemente publicada por la Editorial Círculo Rojo, una compleja novela que hará las delicias de todos los aficionados a las historias de crímenes. Aunque es mucho más que eso.
Por un lado, hay algo que se percibe desde las primeras páginas de la novela: el realismo extremo, determinado por la veracidad de las historias paralelas que se cuentan y de los personajes, alejados de los típicos estereotipos y clichés del género, aunque siempre dentro de la arquetípica estructura del héroe (en este caso un policía nacional. Héctor Márquez, inspector jefe de la brigada de crímenes de Donostia, y su fiel aliada, la ertzaina Natalia Ibarguren) frente al villano —cómo es lógico, no lo puedo desvelar—. Quizás sea esto, precisamente, lo más ortodoxo de La bahía bajo la niebla, ya que, al contrario que muchas propuestas recientes de este género, el protagonista principal, Héctor, no es un personaje decadente, de dudosa reputación y con una moral algo ambigua. Al contrario, es una persona honorable y digna que lucha por la justicia y por sacar a la luz la verdad.
Pero esta novela negra es poco ortodoxa —algo que siempre es de agradecer— por otro motivo. Aunque la historia que articula esta obra coral, en la que interrelacionan un buen número de personajes, es la investigación policial de una serie de asesinatos de chicas que en un primer momento aparentan haber fallecido por sobredosis de heroína, la trama central se va interconectando con un buen puñado de subtramas que poco o nada tienen que ver con la principal, pero que enriquecen la obra y sirven de válvula de escape para la tensión argumental.
Así, Sergio Pereira, en su afán por contextualizar a la perfección el contexto de la Euskal Herría de mediados de los años ochenta, nos habla de la terrible lacra que supuso el consumo de heroína, del boom del rock radical vasco —siempre he defendido que esta fue la auténtica revolución cultural y musical de este país nuestro, no la sobrestimada Movida madrileña—, de la violencia de la banda terrorista ETA, de la violencia estatal, de las torturas en comisarías y de la corrupción policial. Todo esto ayuda a conocer el caldo de cultivo en el que se gestó una durísima época para el pueblo vasco, y ayuda, como decía, a comprender el contexto en el que se desarrolla la trama de asesinatos que articula la obra.
Por otro lado, desde una perspectiva puramente formal, destaca la capacidad del autor para crear el necesario e imprescindible clímax, característica esencial de la novela negra. Lo hace, como es habitual, dosificando la información y creando tramas paralelas, consiguiendo con ello que el lector no pueda despegarse del libro hasta pasar la última página.
Además, la prosa de Sergio Pereira brilla de manera especial en las descripciones de ambientes, consiguiendo transportar al lector a cada uno de los lugares en los que se desarrolla la acción del libro. Esto, unido a la impresionante caracterización de los personajes, tan ricos en matices y en detalles como los lugares que describe, provoca una experiencia inmersiva en el lector, algo que puede parecer fácil de hacer, pero que solo consiguen los maestros de la pluma. Por supuesto, también ayuda el lenguaje cercano, urbano y realista que imprime en los personajes, muy del día a día, que permite que el lector empatice con los actores de esta novela.
Especial atención merece un elemento, característico de la buena novela negra, de las buenas novelas negras, que aquí brilla en todo su esplendor: nada es lo que parece. Las tramas de este género suelen incluir giros que rompen por completo la historia y que provocan que el lector quede descolocado. En La bahía bajo la niebla esto sucede varias veces y, además, nos conduce a un final tan sorprendente como inesperado y poco previsible. Lo soñado para una novela de este tipo.
Y, por supuesto, hay que destacar que el autor, además de preocuparse por narrar una historia, expone una contundente crítica a algo que solo unos años después de los acontecimientos narrados en esta obra fue del conocimiento del público en general: la lucha sucia del Estado contra ETA y el entorno abertzale, empezando por los distintos grupos paramilitares que surgieron en tiempos de la UCD y continuando con los tristemente famosos GAL, en lo que estuvieron implicados tanto políticos de alto nivel (como Rafael Vera y José Barrionuevo), como altos mandos de la Guardia Civil (el comandante Rodríguez Galindo, cuartel de Intxaurrondo) y de la policía nacional (el ínclito José Amedo).
Y algo más que, particularmente, siempre me había interesado: la participación activa de las fuerzas de seguridad del estado en el boom de la heroína como forma de destruir y silenciar tanto a la juventud vasca como al resto de jóvenes subversivos que luchaban por cambiar el sistema.
Además, algunas de las tramas de esta poliédrica obra giran en torno al terrible asesinato de varias mujeres. Obviamente, no pienso revelar nada, pero sí que quiero destacar cómo el autor narra, de forma pormenorizada, todo lo relacionado con un terrible crimen de este tipo, desde la dolorosa reacción de los familiares y conocidos tras conocer la noticia, hasta las pesquisas policiales para dar con el asesino, pasando por su detallado intento de describir la personalidad psicopática que suele caracterizar a este tipo de criminales.
En resumidas cuentas, una novela extraordinaria que hará las delicias de los aficionados a las buenas tramas, al género del suspense y a las historias con personajes complejos y nada maniqueos. Absolutamente recomendable.