Una buena obra de ficción debe construirse sobre una estructura que permita expresar a la perfección lo que se quiere contar. Si se me permite el símil, debe ser como uno de esos cuadros que solo se pueden visualizar de lejos. En eso consiste el noble arte de fabricar ficciones. Y esto, sin duda, es lo que más impresiona de la brillante novela La casa de la Daniela, una sensacional obra de la autora Ana Gil Rodríguez recientemente publicada por Editorial Círculo Rojo.
Como debe ser en una buena novela, los personajes se van construyendo como un engranaje al que se le van agregando, poco a poco, dosificada pero insistentemente, nuevas piezas. Y, como debe ser en una buena novela, se trata de personajes riquísimos, complejos, poliédricos y llenos de historia. Nuestra autora va aportando y construyendo poco a poco los personajes de esta trama, y lo hace con calma, con la precisa intención de que el lector vaya empatizando de forma paulatina con ellos y consiga comprender sus pensamientos, sus intenciones y sus complejidades. Especial atención merecen las tres meretrices de la Casa de Daniela, Carmencita, Conchi y Marie, la francesa; o la caracterización de los militares sublevados, tan terribles como realistas.
Pero la palma se la lleva la propia Daniela, la gran protagonista de esta historia, una de esas heroicas personas anónimas que la historia tiende a olvidar. Su historia es una historia de vida, una de tantas historias de aquellas personas que vivieron los tiempos oscuros de la guerra, la posguerra y la dictadura del carnicero; una de tantas historias de los nadie, de aquellos de los que hablaba Galeano, aquellos «hijos de nadie, dueños de nada», aquellos que, armados solamente con su afán de solidaridad y su empatía, lucharon y luchan por mejorar sus condiciones de vida y las de los demás. Pese a todo, pese a todos. Máximo respeto para estos héroes anónimos.
No tengo constancia de si esta historia está basada en un hecho real, pero no me extrañaría.
Además, la prosa de Ana Gil Rodríguez brilla de manera especial en las descripciones de ambientes, consiguiendo transportar al lector a cada uno de los lugares en los que se desarrolla la acción del libro, especialmente a la Casa de Daniela, epicentro de toda esta trama. Esto, unido a la impresionante caracterización de los personajes, tan ricos en matices y en detalles como los lugares que describe, provoca una experiencia inmersiva en el lector, algo que puede parecer fácil de hacer, pero que solo consiguen algunos privilegiados maestros de las letras. Por supuesto, también ayuda el lenguaje cercano y realista que imprime a los personajes, muy del día a día de aquella época, que permite que el lector empatice con los actores de esta novela.
Por otro lado, me gustaría destacar dos aspectos de esta novela. Primero, el tema de la prostitución, que es mostrado críticamente y en toda su crudeza y realismo, pero desde la perspectiva absolutamente novedosa de una mujer que, por circunstancias que no pienso desvelar —no spoilers—, termina siendo la dueña de un pequeño burdel justo al comienzo de la Guerra Civil. Segundo, algo relacionado con esto: la hipocresía y la doble moral de los «consumidores», que aparecen representadas a la perfección en una historia que, con permiso de la autora, me voy a permitir comentar. Al principio de la trama, uno de los militares sublevados, un oficial de la Guardia Civil, visita la Casa de Daniela. Si bien en un primer momento le deja claro a la protagonista que «no es esta la clase de vida que queremos en esta nueva España», dado que ante todo hay que defender los valores y la moral cristiana, a continuación le comenta lo siguiente: «También es cierto que en la cruzada que estamos llevando a cabo hay muchachos muy jóvenes que están dando todo por su patria y necesitan cierto solaz de vez en cuando»; para acto seguido permitirle que mantenga abierto el burdel… Una escena brillante y muy muy representativa.
En resumidas cuentas, y ya concluyendo, se puede afirmar sin ninguna duda que La casa de la Daniela es una grata sorpresa y todo un soplo de aire fresco en la narrativa española contemporánea. Absolutamente recomendable.