Los límites entre las obras históricas de no ficción y la novela histórica parecen claros, pero en muchas ocasiones estos límites se diluyen y los géneros se mezclan. Muchos historiadores contemporáneos, aunque siguen acogiéndose con rigor al método científico (donde prima la prueba documental y el esfuerzo de comprensión-reflexión), exponen y desarrollan sus propuestas de forma literaria y con unas maneras muy cercanas a la narrativa. Son escritores que utilizan en numerosas ocasiones recursos y estilos similares a los que emplean los autores de ficción histórica.
Por otro lado, todo buen novelista histórico que se precie tiene que emplear, necesariamente, las mismas técnicas de investigación que los historiadores. La diferencia, quizás, radica en que las obras de ficción histórica son discursos escritos que informan de lo real, pero sin pretender representarlo con exactitud ni sentar cátedra, mientras que los historiadores tienen la clara y explícita intención de construir una representación adecuada, precisa y lo más exacta posible de una realidad que fue y ya no es.
Claro, no todos los creadores de ficción histórica lo hacen del mismo modo. Algunos hacen pasar historias inventadas como si se tratase de sucesos reales. Hay miles de ejemplos, desde La vida y las aventuras sorprendentes de Robinson Crusoe, que escribió el gran Daniel Defoe en 1719, afirmando que se trataba de una «precisa historia de los hechos», cuando en realidad se trataba de una autobiografía ficticia —aunque inspirada en la historia real de Alexander Selkirk—; a la famosa saga Caballo de Troya de Juan José Benítez, que pretende ser una transcripción del diario real de un militar estadounidense que participó en un experimento que le llevó a viajar en el tiempo hasta la época de Jesús.
Y luego están los escritores de ficción histórica que utilizan acontecimientos reales, documentándose con el mismo rigor que los historiadores, para construir relatos de ficción, tejiendo mentira y realidad —qué conceptos tan abstractos, relativos, difusos y esquivos— y creando un relato coherente. A este grupo pertenece el libro que reseñamos hoy, La huida del heresiarca, la extraordinaria propuesta del escritor e historiador Manuel Cabezas Velasco, recientemente publicada por Editorial Círculo Rojo
Porque La huida del heresiarca es justo eso: una historia ficticia ambientada en un contexto real, y tejida con una habilidad sorprendente en torno a varios personajes y situaciones absolutamente reales y verídicas.
Como debe ser en una buena novela, los personajes se van construyendo como un engranaje al que se le van agregando, poco a poco, dosificada pero insistentemente, nuevas piezas. Y, como debe ser en una buena novela, se trata de personajes riquísimos, complejos y llenos de historia. Nuestro autor, Manuel Cabezas Velasco, va aportando y construyendo poco a poco los personajes de esta trama, y lo hace con calma, con la precisa intención de que el lector vaya empatizando de forma paulatina con ellos y consiga comprender sus pensamientos, sus intenciones y sus complejidades.
Se trata, como decía, de una novela de personajes. Pero también es una novela de espacios y de tiempos. Así, del mismo modo que Manuel Cabezas Velasco construye a sus personajes con la fina y metódica precisión de un cirujano literario, los enmarca en un contexto determinado que, como es lógico, influye tanto en la historia como en los propios protagonistas.
En este caso, los espacios —algunas importantes ciudades de los antiguos reinos de Castilla y Aragón, especialmente Ciudad Real, Valencia o Toledo— son tan protagonistas de la historia como los propios personajes. Pero en esta obra destaca de forma especial el uso de los tiempos: la historia del heresiarca, Sancho de Ciudad —el primer procesado por el Santo Oficio en Ciudad Real, junto a su mujer, María Díaz, acusado de seguir practicando el judaísmo, pese a ser supuestamente converso—, se va narrando, como si de un gigantesco y poliédrico puzle se tratase, mediante unos ingeniosamente construidos flashbacks que nos permiten conocer en profundidad no solo su historia y los acontecimientos históricos reales que la rodean, sino el contexto de la época, marcado, entre otras cosas, por la lucha por el poder entre Isabel la Católica y su hermano Enrique, la boda en secreto de los futuros Reyes Católicos, la persecución de los conversos moriscos y judíos que seguían practicando sus creencias en secreto y la locura terrible de la Santa Inquisición.
Esto nos lleva a otro aspecto esencial de esta obra: Manuel Cabezas Velasco desarrolla una impresionante labor de investigación histórica que le permite aportar una ambientación extraordinaria, siempre acompañada por las numerosas y acertadas referencias históricas que sitúan y permiten al lector contextualizar adecuadamente la compleja trama que se narra en esta novela. Y, por supuesto, aprender. No podemos olvidar nunca que este género de ficción, además de entretener, permite al lector conocer hechos y acontecimientos históricos de una manera ágil y amena. Y eso siempre es de agradecer. Con La huida del heresiarca, el lector no iniciado podrá aprender un sinfín de cosas sobre la historia de los conversos en España, sus prácticas religiosas, o sus relaciones siempre conflictivas con los cristianos viejos; podrá conocer cómo se forjó poco a poco el matrimonio que terminó provocando la unión de Castilla y Aragón; o el modo de actuar de la inquisición en aquella época.
Al margen de todo esto, desde una perspectiva puramente literaria, Manuel Cabezas Velasco muestra con su grácil y concisa pluma maneras de gran escritor, tanto en la creación y diseño de diálogos como en el desarrollo de los personajes no reales y en la creación y dominio del suspense y la intriga.
Un libro total y absolutamente recomendable.