Pese a que la fantasía épica es un género que ha sido sobrexplotado en los últimos años, no pasa de moda, y de vez en cuando aparece alguna obra que sacude sus cimientos y ayuda a refrescar la escasez de ideas que suele caracterizarle. Los ojos de la discordia, la sensacional novela de Daniela Olavarría Lepe, cumple ambos objetivos con creces.
Se trata de una maravillosa fantasía ambientada en un mundo y en un tiempo en el que los enanos y los elfos comenzaron a ser desplazados por los humanos, una vez que estos evolucionaron y comenzaron a usar su intelecto, lo que les llevó a expandirse por la tierra. Esto provocó, como decía, que los seres fantásticos —desde la perspectiva humana— emigrasen allende los mares, hacia una tierra que siglos después sería conocida como el Nuevo Mundo, una tierra en la que también vivían humanos, pero unos humanos bondadosos y respetuosos con el medio. Es decir, los elfos y los enanos se asentaron en América… Hasta que los humanos malvados perdieron el miedo a los mares y llegaron hasta allí…
El protagonista es Aitoren de Caho, hijo del rey enano Barbarus de Caho, un príncipe exiliado en la Patagonia que un día, de forma fortuita, con una bellísima humana… A partir de ese momento se desarrolla una coral y maravillosa aventura en la que Aitoren (Aitor) se va cruzando con los elfos y con otros seres mágicos (como los alerces, árboles con conciencia y con habla; o los traucos, una especie de ogros terribles), y que le llevará a tomar contacto con los «usurpadores» humanos… y con mucho más…
Y hasta aquí puedo leer. Si quieren saber más, ya saben, tendrán que leer Los ojos de la discordia. No se arrepentirán. Por un lado, es una novela de fantasía para jóvenes y/o adultos, y como tal, ayuda a romper los viejos clichés de que este género era cosa de niños. Ya lo dijo el gran J. R. R. R Tolkien: «Creo que lo que llaman “cuentos de hadas” es una de las formas más grandes que ha dado la literatura, asociada erróneamente con la niñez». Ni la trama, con una carga filosófica y existencial nada común en este tipo de obras, ni el lenguaje, preciso y calculado, son «cosa de niños».
Es cierto también que, pese a algunos recursos que marcan claramente una diferencia y que representan, como decíamos, un soplo de aire fresco, la novela juega con algunas ideas clásicas del género. Por ejemplo, está ambientada, como tantas otras, en un mundo medieval imaginario con numerosos toques fantásticos. Tampoco es raro. El género, salvo excepciones, suele desarrollarse en ese tipo de contextos y suele tirar de personajes con poderes sobrenaturales, monstruos monstruosos y objetos de poder. Nada criticable. Quejarse de que se repitan esos clichés sería, en este caso, como quejarse de que una novela de ciencia ficción está ambientada en un futuro fantástico en el que le tecnología se ha hiperdesarrollado.
El principal recurso de Daniela Olavarría Lepe, que ayuda a romper cualquier intento crítico de considerar esta novela poco original, es la maravillosa e ingeniosísima de idea de situar esta bella aventura en la América de comienzos del siglo XVI, justo en el momento en el que los primeros conquistadores españoles (humanos…) comenzaban a realizar sus fechorías por allí. Esto le sirve para plantear una crítica, razonada y moderada, de lo que supuso aquello para las poblaciones nativas del Nuevo Mundo, sin caer tampoco en el presentismo y en la manía postmoderna de juzgar en exceso los hechos del pasado desde perspectivas contemporáneas. Brillante.
Además, el libro propone un bello mensaje de amor hacia la Madre Tierra, la Amalur de los vascos, la Pachamama de los incas o la Ñuke Mapu de los mapuches, o la Gaia que propuso el gran James Lovelock. «Todo lo que existe, todo está en sincronía con el mundo y el universo, con los espíritus y los seres; todo se une y vive por separado. Todo se une y se divide nuevamente. Todo produce energía y una vibración distinta».
Al margen de todo esto, desde una perspectiva puramente literaria, Daniela Olavarría Lepe muestra con su grácil y concisa pluma maneras de gran escritora, tanto en la creación y evolución de sus personajes y sus contextos como en la confección de tramas y en el dominio del suspense y la intriga. Por último, destacar que la autora muestra a la perfección sus amplios conocimientos sobre historia, mitología —religión incluida— y arte, algo que siempre es de agradecer y que es un rara avis en estos tiempos oscuros en los que vivimos.
En definitiva, todo una entrada por la puerta grande para esta autora novel que seguro que dará mucho que hablar.