Difícil describir qué es este libro, No dudes, siente y vive, de José Manuel Varela Mosquera, recientemente publicado por Editorial Círculo Rojo. ¿Poesía deconstruida de primer nivel que, atrevida, deja de ser poesía para convertirse en prosa? ¿Prosa reconstruida que, osada, renace reconvertida en verso emocionado? Da igual. Es lo que es. Un canto al amor, a la vida y al futuro; aunque también es un grito de guerra contra la estulticia generalizada y la cobardía existencial de los que se han empeñado no solo en no vivir, sino en no dejar vivir. «El mundo no vuelve a ser el mismo cuando le agregamos un buen poema», dijo en cierta ocasión en gran Dylan Thomas. Sabía lo que decía. Y es que la poesía, la buena poesía, se hace fuerte en la mente y en el alma de los que saben apreciarla.
No dudes, siente y vive es un libro vivo, ágil, despierto, alegre, risueño, aunque también duele. Nada no duele. Pero también es un libro habitado. Y su autor, a través de estos poemas sin rima, ordenados en estricto desorden alfabético, nos habla de lo que tienen que hablar los poetas, los vagabundos que se alejan del mundanal ruido para construir silencios con letras que emanan filosofía de vida. Cauteriza, sacia y alivia a las almas afligidas que no saben los porqués o que, al contrario, los conocen demasiado bien.
Y canaliza. La poesía, en especial la de José Manuel Varela Mosquera, canaliza. Ideas, nostalgias, pasiones, sentimientos, llantos, vida. Todo eso y mucho más. Recuerdos y soledades, infancias e ilusiones, dolores y adioses, reencuentros y despedidas.
Pero este poeta también nos acompaña, como perfecto cicerone, en el viaje más difícil de todos: el viaje hacia nosotros mismos, hacia lo que somos, fuimos y, quizás, seremos. Un viaje que pasa por reencontrarnos con nuestras almas escondidas. Su verso se vuelve compromiso y autocrítica, y nos pone delante un espejo en el que nos vemos reflejados, a veces con un realismo tan apabullante como terrorífico, pero también como una versión deformada de nosotros mismos que, quizás, y solo quizás, sea más auténtica de lo que pensamos. Compromiso con un mundo que se ha vuelto loco y que cada vez cuesta más entender, pero también con la infinita esperanza de que no todo está perdido.
En resumidas cuentas, José Manuel Varela Mosquera nos enseña el alma —¿su alma?— y, con este altruista acto de amor y generosidad, y de grandeza literaria, nos enseña a enseñar nuestra alma. Esa es la clave, si lo he entendido bien, de este libro. Aprender mediante el sentir ajeno a conocer el sentir propio, lo que verdaderamente somos y sentimos. Aprender que todos tenemos las mismas preguntas y que todos ansiamos las mismas respuestas. Aprender que la vida es un drama, pero que en nuestro drama. Somos drama.
Siempre he admirado a los poetas. Entiendo que en estos tiempos de la postverdad, de runners vestidos de superhéroes, de hipotecados de los likes y de adictos al feedback, la poesía no es lo que era. Por eso mismo, por esos mismos, me ha sorprendido gratamente esta sencillamente compleja obra de José Manuel Varela Mosquera.
En definitiva, una extensa antología de versos —y cicatrices— que hará las delicias de todo aquel que se atreva a sumergirse en sus aguas, a veces calmadas, a veces revueltas, pero siempre reconfortantes y luminosas. Solo así se puede cambiar al individuo y solo así se puede cambiar la sociedad. No hay retorno colectivo al Edén. Y no, no es un libro de autoayuda, aunque proporcione, o pretenda proporcionar, herramientas que nos ayuden a ayudarnos a nosotros mismos. Puede resultar paradójico, pero es así.