En cierta ocasión, el gran Alfred Hitchcock dijo: «Un buen drama es como la vida, pero sin las partes aburridas». Con eso quería destacar algo más importante y trascendental de lo que parece: la realidad, a veces, o casi siempre, según se mire, es mucho más extraña que la ficción. Lo demostró en su cine, aparentemente sencillo en la forma, y consiguió como pocos crear suspense en el espectador. Por algo es conocido como el mago del suspense. Y es que no es nada fácil, aunque también lo parezca. Conseguir inquietar a un espectador o a un lector, en estos tiempos en el que el umbral de lo sorprendente está muy elevado, es sumamente complejo, pero, aún así, de vez en cuando aparecen películas o libros que consiguen hacerlo. Un ejemplo realmente acertado es esta novela que pretendo reseñar a continuación, La presencia, del autor Sergio Fernández Frey, recientemente publicada por la editorial Círculo Rojo; una obra de terror y suspense genial, tremendamente adictiva, y sin ninguna parte aburrida; seguro que le gustaría Hitchcock.
El protagonista de la trama es Dario, un joven madrileño de 28 años, «del montón», amante de la naturaleza, sensible y curioso, que narra —escribe— los acontecimientos de la novela en retrospectiva. La acción tiene lugar en una pequeña aldea de Galicia, tierra de leyendas y de meigas. Hasta allí se desplaza para realizar en solitario una ruta de senderismo con fama de peligrosa porque muchos han desaparecido haciéndola. Y allí, en un inquietante valle gallego, se adentrará en una aventura sobrecogedora. Desde que comienza su camino, por ejemplo, percibe sonidos extraños y lo que parecen voces infantiles, vislumbra algo que identifica como personas, se encuentra algún objeto fuera de contexto, pero la movida de verdad empieza cuando se instala en una casona perdida en el monte y comienza a conocer gracias a los lugareños algunas inquietantes historias acaecidas en la zona; y pronto se chocará de bruces con el misterio… y con la muerte…
Y hasta aquí puedo leer. Si quieren saber más, tendrán que leer La presencia. Por supuesto, no es mi intención desvelar nada sobre lo que le sucede, ni mucho menos el final, pero sí me gustaría ofrecer algunas ideas que puedan animar a algún posible lector a adentrarse en las páginas de la novela.
Aparte de reseñar la correcta, rica y precisa prosa que desarrolla Sergio Fernández, habría que destacar la correctísima y brillante narración en primera persona —tras un revelador prólogo en tercera, que introduce al propio escritor en la obra—, siempre difícil de ejecutar, sobre todo para un autor novel; la genialidad de romper la narración y pasar de la primera persona a la tercera para que continuar contando la parte final de la trama; el sentido del humor que de vez en cuando aparece y que funciona como una perfecta válvula de escape ante la tensión constante que construye el autor; la descripción de los espacios por los que se desarrolla la trama —desde la ruidosa, caótica y ajetreada Madrid hasta los misteriosos y preciosos parajes rurales de la Galicia profunda—, reconstruidos con un gran grado de detalle, lo que permite una experiencia inmersiva brutal, algo imprescindible en una buena obra de suspense, al hacer que el lector viva en sus propias «carnes» las aventuras y desventuras del protagonista —a lo que también ayuda la narración en primera persona—; las reflexiones más o menos veladas sobre la realidad cotidiana que expone el autor —por ejemplo, sobre el modo de vida urbanita—; o la controlada y sutil dosificación de la información, otro ingrediente esencial para crear el necesario clímax que una obra de este género necesita, que permite que el lector poco a poco vaya enganchándose a la trama y no pueda parar de leer.
Por supuesto, es también una novela de personajes. En especial, como era de esperar, hay que destacar la construcción del mundo interior de Darío, el omnipresente protagonista. Claro, la narración en primera persona ayuda, pero también los numerosos debates y conversaciones que mantiene consigo mismo, sus propios análisis sobre lo que le va sucediendo, sobre los lugares y las personas que van apareciendo, o sobre algunos temas en general. Además, el autor consigue transmitir a la perfección todas las sensaciones que vive su protagonista, en especial el terror. Y eso, créanme, es muy difícil hacerlo tan bien.
Pero también merece la pena reseñar la elaborada galería de personajes secundarios que Darío se va encontrando a lo largo de su aventura. Se trata de personajes realistas, posibles, poliédricos, trabajados, perturbadores en ocasiones… Sin duda, esto, como sucede con la lograda descripción de los ambientes y contextos, contribuye a introducir al lector en la trama y a hacer que empatice y haga suyo todo cuando sucede en la novela. Por supuesto, en un nivel muy alto está Gloria Olmedo, pero, por eso de los spoilers, no puedo desvelar nada sobre ella. Solo, y ya es mucho, que es un personaje trabajadísimo y tremendamente bien construido. De lo mejor de la novela, con permiso de Sebastián Jara…
En resumidas cuentas, una novela brillante, adictiva y sumamente recomendable. Además, cabe la posibilidad de que continúe… Esperemos que sea así, porque…