¿La historia la escriben los vencedores? No, al menos no como antes. La historia, en el Occidente actual, la escriben los historiadores, y lo hacen aplicando el método científico —con los hándicaps obvios que tienen las ciencias sociales, claro está—. De hecho, gran parte de la labor de los historiadores consiste, precisamente, en revisitar y analizar críticamente lo que sus colegas de otras épocas expusieron en torno a determinados eventos y hechos históricos. Así que no, la historia no la escriben los vencedores.
Otra cosa distinta es cómo se perciben determinados hechos por la población en general, debido en parte a cómo le llega la información, pero también a los propios sesgos ideológicos que todos tenemos, en mayor o menor medida, incluidos los historiadores. Uno de los mejores ejemplos de esto guarda relación con esta brillante y monumental novela, El panteón de las sombras, de Aleksandra Timchenko, publicada recientemente por la editorial Círculo Rojo.
Me explico: por motivos que no vienen al caso —o sí—, el genocidio de la población judía a manos del terrible régimen nazi —y el de otras minorías, como los testigos de Jehová, los homosexuales o los gitanos— se ha convertido en el epítome de la barbarie humana; razones hay más que de sobra. Sin embargo, y pese a que establecer comparaciones a la ligera siempre es falaz, no se le ha dado tanta importancia a otros genocidios terribles que se produjeron en el siglo XX, como el Holodomor de 1932-1933 contra el pueblo ucraniano o la Gran Purga que se produjo por esa misma época en la URSS contra disidentes u opositores. En ambos casos, el máximo responsable fue Iósif Stalin. Y no fueron los únicos, como estableció hace unas décadas el gran Alexánder Solzhenitsyn en su imprescindible obra Archipiélago Gulag, en la que llegó a plantear que más de 65 millones de personas fueron víctimas del terror durante los treinta años que Stalin estuvo en el poder. Especialmente afectados fueron los campesinos rusos con tierras y trabajadores, los kulaks, como consecuencia de la deskulakización y de la colectivización agraria, además de decenas de minorías étnicas que, en la práctica, fueron exterminadas.
En este contexto se desarrolla la trama de El panteón de las sombras.
La protagonista es una niña llamada Aleksandra, a la que cariñosamente llamaba Sasha. La narración comienza cuando solo tiene cuatro años. Vive con sus padres, Polina y Timofey, sus tres hermanos mayores, Iván, Lyuba y Olga, y su hermana pequeña, Lida. La familia vive en Shumija, en la región del Altai, donde poseen unos terrenos que les permiten viven cómodamente de la agricultura; es decir, son kulaks, aunque no tienen trabajadores a su cargo.
La historia comienza con el trágico fallecimiento de su madre, como consecuencia de las secuelas que le dejó su último parto, que tiene lugar en marzo de 1930. Su padre —en realidad no lo es, ya que es fruto de una infidelidad de su madre— decide que un sacerdote le dé el último sacramento, pese a la oposición de su hermano, que le comenta que eso podría llamar la atención de los aldeanos comunistas, que veían todo lo relacionado con la religión como algo contrarrevolucionario. Esto solo podría hacer que fuesen perseguidos, y ya lo eran por ser terratenientes. Pero no solo se enfrentaban a esto; también estaban las malas cosechas y los koljós, los comités encargados de recoger parte de las cosechas para redistribuirlas, supuestamente, entre los necesitados. Y, por supuesto, a la incipiente persecución sistemática de la propiedad privada y de todo aquel considerado antisoviético, que, en la práctica, podía ser cualquiera.
En esa desgarradora situación comienza el drama existencial de Aleksandra. Por supuesto, no es mi intención desvelar nada de cómo se desarrolla a partir de entonces está apasionante y conmovedora historia. Solo puedo decir, que no mucho después, a finales de ese mismo año, todos los bienes de la familia son embargados y se ven obligados a mudarse… Si quieren saber más, tendrán que leer El panteón de las sombras. No se arrepentirán. Aunque es una obra tremendamente dura, también es, de alguna manera, esperanzadora.
Desde un punto de vista puramente literario, la prosa de Aleksandra Timchenko brilla de manera especial en las descripciones de ambientes, consiguiendo transportar al lector a cada uno de los lugares en los que se desarrolla la acción del libro. Esto, unido a la impresionante caracterización de los personajes, ricos en matices, complejos, poliédricos y creíbles, provoca una experiencia inmersiva en el lector, que desde un primer momento se ve arrastrado por la sobrecogedora historia de Aleksandra, epicentro de una monumental y compleja trama.
Además, la autora va ofreciendo a lo largo del relato diversos saltos temporales que permiten ahondar en la historia de los distintos personajes y en la evolución histórica de Rusia en las décadas anteriores.
Mención aparte la extraordinaria labor de investigación y documentación que ha tenido que realizar la autora para tejer su historia en un contexto y una realidad creíble. Piensen que la trama se desarrolla durante varias décadas… Y no solo desde una perspectiva histórica, sino también antropológica y etnográfica. Todo esto contribuye a que sea una recreación histórica excelente, lo que otorga un valor añadido a la novela.
En resumidas cuentas, El panteón de las sombras es una obra absolutamente recomendable, aunque muy dura y, a veces, desesperante; sin duda, hará las delicias de los amantes de la buena novela histórica, de los dramas corales y, en general, de los lectores que anden buscando buenas tramas para leer. De lo mejor que podrán encontrar ahora mismo en el mercado de novedades.