No hace mucho, en una de esas charlas pretendidamente intelectuales a las que suelo asistir junto a otros amigos críticos literarios y escritores, volvió a ponerse sobre la mesa un tema recurrente que de vez en cuando reaparece. Uno de los allí presentes, un exitoso escritor de melodramas urbanos contemporáneos con estética hipster y miles de seguidores en Instagram, expuso su opinión personal e intransferible sobre la ciencia ficción, género que considera menor, dentro de una jerarquía literaria que en su mente había confeccionado, argumentando que se trata de un mero divertimento que está a años luz de otros géneros que, desde su perspectiva, «sí son buena literatura». No sé si lo hizo por provocarme, y ni siquiera sé si este señor, o señorito, conoce mi amor por la ciencia ficción, pero aquella atrevida afirmación provocó que estallase y lanzase un discurso apologético que, no por espontáneo, que lo fue, era menos meditado.
Sin entrar en mucho detalle, ya que no es el tema que nos ocupa, le argumenté que este género, por sus propias características, permite desarrollar no solo historias fascinantes, sino auténticos ejercicios de filosofía, al permitir tanto a los autores como a los lectores reflexionar sobre un sinfín de ideas relacionadas, al fin y al cabo, con muchas de las angustias, preguntas y problemáticas de los humanos. ¿Acaso se pueden ignorar las múltiples lecturas que tienen las sagas de Fundación y los robots de Isaac Asimov? ¿No es la obra completa de Philip K. Dick un producto de primera, tanto por sus temáticas como por sus elaborados personajes y sus adictivas tramas? ¿De verdad no es buena literatura la obra de Arthur C. Clarke? ¿Y la de Cixin Liu o Ted Chiang, por citar dos exitosos autores actuales?
Aparte de que no hay que elegir, y de que se puede disfrutar de Paul Auster y del Contact de Carl Sagan a la vez, todas estas obras, además de ser un excelente divertimento —nunca entenderé que algunos consideren esto como un punto negativo a la hora de valorar una obra literaria—, son auténticas maravillas literarias y están repletas de ideas que otorgan un valor añadido a su lectura. Y es que el género, por su capacidad de expandir lo que consideramos real hasta límites extraordinarios, de anticipar con más o menos acierto nuestro futuro como especie, y por su enorme versatilidad, permite crear fascinantes tramas que, además de entretener, invitan a pensar. Y eso, en este mundo fugas de instagramers y likes, es mucho.
Casualmente, cuando se produjo este, por otro lado, infructuoso debate, andaba leyendo esta extraordinaria obra que pretendo reseñar, Mundo azul, del autor Alberto Torres Pardo, recientemente publicada por la editorial Círculo Rojo. No es mi intención desvelar en exceso la trama de esta perturbadora y monumental obra de ciencia ficción, con mucho de metafísico y de filosófico, pero sí que les puedo adelantar que está a la altura de muchas de las grandes tramas del género.
Mundo azul cuenta la historia de un grupo de cientos de personas, «los elegidos», que se embarcan en un viaje espacial rumbo a un nuevo mundo —dejando atrás para siempre su planeta, la Tierra, al borde del colapso—, a bordo de una nave, dirigida por una inteligencia artificial (S.A.R.A.), con un nombre de lo más simbólico: Génesis I.
Conocemos los pormenores de la historia gracias a la narración en primera persona de uno de los «elegidos» que viajan rumbo a Tierra II, Jasel —cuya edad inicial me niego a comentar—, que, como todos los tripulantes, permanece en animación suspendida, aunque de vez en cuando, tras unas cuantas décadas, se les despierta por diversos motivos —una curiosa novedad respecto a este elemento clásico de la ciencia ficción es que, durante estos estados de hibernación, sus mentes se desarrollan exponencialmente y aparecen algunas interesantes capacidades (como la precognición); lo que implica la formación de una nueva especie de humanos evolucionados a lo largo de un viaje que durará miles de años…
Así, durante la primera parte del libro, entre despertar y despertar de Jasel, vamos averiguando cómo se desarrolla el larguísimo viaje rumbo a aquel supuesto nuevo mundo. Y hasta aquí puedo leer. Como comprenderán, no puedo comentar cómo continúa esta fascinante historia, aunque les puedo asegurar que no se lo pueden ni imaginar y que lo que sucede en la última parte de la novela es de una brillantez apabullante. Solo les puedo decir, a modo de acicate para que se animen a hacerse con un ejemplar de Mundo azul, que nada es lo que parece…
Desde una perspectiva puramente literaria, el autor, Alberto Torres Pardo, con su concisa pluma, muestra maneras de gran escritor en potencia, tanto en la creación y evolución de sus personajes como en la descripción de ambientes y paisajes imaginarios, la confección de tramas y en el dominio del suspense y la intriga. Aunque la novela está construida siguiendo el arquetípico patrón (planteamiento, nudo y desenlace), el autor juega con la estructura y los tiempos a su manera. Esto puede parecer baladí, pero es un factor que hace que su lectura sea mucho más enriquecedora. Ya lo dijo el maestro Julio Cortázar: «Una novela no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura». Y eso es Mundo azul. Además, merece la pena destacar la capacidad del autor para hacer que nada sea previsible en esta novela, para sorprender continuamente al lector y llevarle por derroteros no imaginados. Eso, como es lógico, provoca que el lector, una vez que la novela hace el siempre necesario click, no pueda parar de leer hasta conocer cómo termina esta fascinante y compleja aventura.
Por otro lado, Mundo azul ofrece un buen número de interesantes lecturas, desde la crítica hacia la sobrexplotación y destrucción del planeta o algunas interesantes reflexiones sobre el desarrollo de la inteligencia artificial —y sus beneficios, y sus peligros—, pasando por las contradicciones y los mundos interiores de los siempre misteriosos humanos o las numerosísimas referencias religiosas que se pueden encontrar en la obra. Me gustaría comentar algunas más, pero caería en terribles spoilers…
En resumidas cuentas, Mundo azul es toda una experiencia literaria que merece la pena disfrutar, una grandísima y sorprendente obra de ciencia ficción que hará las delicias de los amantes del género y que devorarán en cuestión de días, pese a sus 500 páginas, por lo adictivo y trepidante de la trama. Más que recomendable.
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