Hace un tiempo tuve la fortuna de asistir a la grabación de un programa de radio en una prisión (me abstendré de decir de cuál se trata) que consistía en conversar con un grupo de presos sobre una novela que, previamente, se habían leído en un club de lectura —en aquella ocasión se trataba de la excepcional novela de Umberto Eco El nombre de la rosa—. La experiencia de entrar en la prisión, la frialdad de los muros, lo aséptico de su decoración, contrastaba mucho tanto con el cariño y profesionalidad que mostraron los funcionarios de interiores y los agentes sociales y, de forma especial, con la calidad humana de los participantes. Aquello me sirvió para tomar conciencia de dos importantes ideas y para liberarme de algunos prejuicios. Por un lado, comprendí de forma clara lo duro que es ese trabajo y las ansias de redención y perdón que sienten los que condenados que están realmente arrepentidos; por otro, me liberé de mis prejuicios hacia ambos, funcionarios e internos. Pues bien, ahora, unos cuantos años después, aquellas ideas se han visto reafirmadas y completadas con la extraordinaria obra que pretendo reseñar a continuación, Para ti, mi vida, vivencias y anécdotas de un penitenciario, del autor Juan Antonio Marín Ríos, publicada recientemente por Editorial Círculo Rojo.
Se trata de una crónica autobiográfica, escrita en primera persona, en la que el autor, ya jubilado, rememora su vida profesional —siempre enlazada, guste o no, con la vida personal— desde que comenzó a trabajar en prisiones en 1973. Así, el autor rememora de una forma amena y muy detallada algunos de los momentos más importantes de su trayectoria, desde lo difíciles que fueron los primeros años, en plena transición, con las últimas penas de muerte y el terrorismo de diverso tipo asolando las calles; hasta la pandemia de la covid-19, un durísimo y complicado reto, muy difícil de gestionar en un medio como una prisión, pasando por el miedo a posibles atentados terroristas (como el que acabó con la vida de Jesús Haddad, director general de prisiones, en marzo de 1978, el secuestro de Ortega Lara, o el atento de la prisión de Sevilla), la difícil gestión de los condenados por pertenencia a banda armada, especialmente a ETA, las movilizaciones y huelgas de hambre de los funcionarios que exigían mejoras laborales y en las pensiones, la difícil pero necesaria tarea de la reeducación y la reinserción de los reos, los problemas personales y psicológicos de muchos funcionarios como consecuencia de sus duros trabajos, los motines, la violencia, la droga…
Aunque el libro no pretende ser un ensayo sobre la evolución —positiva— del sistema penitenciario español durante los últimos cincuenta años, lo termina siendo en parte, ya que la vida del protagonista y autor está íntimamente ligada a dicha evolución, que gracias a esta detallada crónica podemos conocer; pero, además, es un relato sobre el último medio siglo de la historia de España, medio siglo convulso y complicado en el que nuestro país pasó del ocaso de la dictadura franquista a la democracia actual a través de la violenta y trascendental fase de la transición. Juan Antonio Marín Ríos fue testigo de aquello, y aquello, como es lógico, también marcó su historia como funcionario de prisiones.
Además, es una obra tremendamente crítica, tanto con el Estado, que, realmente, hasta mediados de los noventa no comenzó a respetar el importante papel que cumplían los funcionarios, dotándoles de los medios materiales, estructurales y organizativos que necesitaban para desarrollar plena y justamente su trabajo; como con la propia gestión de las prisiones, con las carestías enormes que padecían en los años setenta y ochenta, y con los funcionarios corruptos o que han abusado de su posición de poder para vejar a los internados, algo que tiene terribles consecuencias en la opinión pública en torno a este necesario y no del todo conocido gremio.
Pero también es una historia de vida, de una vida que comenzó en un pequeño pueblo de Jaén, Peal de Becerro, y que, por diversos avatares, llevó al autor a terminar trabajando en la prisión de Carabanchel, donde hizo sus primeras prácticas. Mención especial merece el hecho de que la obra es un canto de amor a su hija Leticia (de ahí el título), a la que, desgraciadamente, perdió hace un tiempo.
Sea como fuere, pese a tratarse de una autobiografía, la obra se hace muy interesante al lector desde el primer momento gracias al amplio y detallado anecdotario que Juan Antonio Marín Ríos desarrolla y expone desde el principio. Tanto es así que consigue que el lector empatice con muchas de las situaciones que narra y, sobre todo, que comprenda lo complejo, difícil y arriesgado que es este trabajo. Además, del mismo modo que en ocasiones comenta algunos episodios especialmente dramáticos y oscuros, en otras narra momentos graciosos y divertidos con mucho sentido del humor.
Concluyendo, Para ti, mi vida; vivencias y anécdotas de un penitenciario es mucho más que una autobiografía o una crónica del sistema penitenciario español; al final, de forma transversal, es un libro de filosofía, pero de filosofía de verdad, de la de la calle, de la buena. Esto me recuerda a algo que una vez contó el filósofo, literato y matemático inglés Bertrand Russell, que como todos los grandes filósofos —no alemanes— gozaba de un extraordinario sentido del humor. En cierta ocasión le preguntaron cuál era su pensador favorito. Y Russell, ni corto ni perezoso, respondió: «El camarero que cada mañana me sirve el café. Sí, quizás no sepa qué es la ontología, pero sabe más de la vida, que es en lo que consiste en última instancia la filosofía, que todos los filósofos juntos». Sin duda, Juan Antonio Marín Ríos, tanto por su vida personal como, especialmente, por su vida profesional, sabe más de la vida que muchos de nosotros, y, además, lo narra y explica de una manera excelente. No podemos pedir más.
Una obra tan interesante como necesaria.