Pese a que la sociedad, al menos en Occidente, está cada vez más concienciada con el terrible drama de la violencia de género, existen unas víctimas silenciosas a las que nadie parece hacer caso: los niños, hacia los que el maltrato también suele dirigirse, ya sea directa y físicamente o en forma de agresión emocional. Además, conforme van creciendo, desarrollan una serie de secuelas sociales y emocionales importantes. De ahí la grandeza de esta pequeña gran obra, Valiente & frágil; de la mano con la niña que fui, escrita por Esther P. Garxia, publicada recientemente por la editorial Círculo Rojo y centrada en este aspecto no demasiado conocido de esta lacra social.
Cuenta la historia de Bella, una niña que, por desgracia, como tantos otros niños y niñas, debe enfrentarse con valentía al terrible drama de la violencia doméstica. Conocemos su historia desde su nacimiento, y le acompañamos, leyendo, durante su desarrollo y su infancia. Y junto a ella, la vemos creándose un mundo imaginario en el que refugiarse de lo que sucede en su casa, aunque guarde «en su mirada toda esa tristeza que siente», como consecuencia de la violencia ejercida por su padre, machista, alcohólico y «con una historia a cuestas aún sin superar»… pero también enfrentándose a él en determinadas ocasiones, mostrando una valentía sorprendente.
Y hasta aquí puedo leer, ya que no es mi intención ofrecer el más mínimo spoiler de lo que encontrarán en este novela; novela que tiene mucho de ensayo reflexivo y pedagógico, ya que la autora, constantemente, además de contar la historia de Bella, ahondando especialmente en su universo interior y psicológico, la usa como ejemplo para ofrecer un buen número de ideas sobre el tema en cuestión (la violencia de género y sus consecuencias, tanto en las mujeres como en los hijos, los aspectos legales y psicológicos, etc.) y sobre otros muchos: el desarrollo de emociones ya en el útero materno, la importancia de compartir con la familia —y del juego como herramienta esencial de aprendizaje vital y social—, lo difícil que resulta asimilar que alguien a quien quieres tenga un lado oscuro, los efectos del patriarcado en la sociedad y en la familia, la existencia de patrones culturales y sociales heredados…
Por lo demás, esta obra gira en torno a una idea que bien podría funcionar como leit motiv existencial: «Permite transformar tus traumas en fortalezas», comenta la autora antes de comenzar la narración. Esa es la clave, esa es la actitud, ya que «la capacidad de crecer, adaptarnos, transformarnos y superarnos la llevamos dentro y nos podría llevar, no solo a experimentar un alto nivel de satisfacción propia, sino a ser ejemplo de fortaleza y dueños de una rara belleza, digna de admirar».
Esto me ha recordado a algo que en cierta ocasión me comentó un filósofo contemporáneo —tengo el placer de que me considere su amigo—, en una charla sobre el optimismo. Yo siempre le había considerado un pesimista, pero en aquella conversación tiró de metáfora cinematográfica para explicarme realmente cómo veía esto. Me habló de una escena de la película La Lista de Schindler, del afamado director Steven Spielberg, en la que se ve a un niño judío buscando un lugar donde refugiarse en el campo de concentración de Auschwitz. No encontraba ningún refugio, hasta que decidió, cuando ya estaba a punto de ser capturado, esconderse en el pozo de las letrinas. Saltó, y cuando se encontraba ya medio sumergido en el medio metro de agua, fango y heces, vio que allí había otros niños… Al final de la película, como recordarán los que la hayan visto, salen muchos de los personajes reales de la trama, acompañados de los actores que les encarnaron en la cinta, depositando flores en la tumba de Oskar Schindler. Uno de ellos es aquel niño, ya un anciano, que, según me explicó mi colega, había tenido una vida larga y plena.
Pues bien, con esto quería explicarme que solo desde el más profundo de los abismos del dolor y el desasosiego existencial se puede construir un futuro esperanzador y optimista. «Claro —decía—, había tocado fondo. A partir de ese momento, aquel niño, si sobrevivía, iba a luchar por vivir, y por vivir bien, el resto de su vida». Salvando las evidentes distancias, creo que el mensaje final que nos quiere transmitir Esther P. Garxia en esta brillante obra es el mismo. O, como decía mi madre, «al que ha estado en el infierno no le quema una cerilla». La historia de Bella es el vivo ejemplo.
Así, aunque se trata de una novela que cuenta una brutal y, a la vez, preciosa historia, también funciona como un libro de autoayuda, o de ayuda, como queramos llamarle. Estoy convencido de que, si esta obra llega a algún niño que se encuentre en una situación similar a la de Bella, o a algún adulto que haya sido alguna vez ese niño, podrán comenzar a sentir, percibir y afrontar su situación de un modo distinto. Solo por eso ya se merece el mayor de los reconocimientos Esther, nuestra autora.
En definitivas cuentas, una obra genial y tristemente necesaria. Estoy seguro de que les encantará. Pero ojo, también les dolerá. Nadie dijo que iba ser fácil.
Más que recomendable.