El movimiento se demuestra andando y los humanos, si me permiten un símil, somos como ese río del que hablaba el gran filósofo Heráclito, cuando decía que nadie se baña dos veces en el mismo río. No solo es que el río nunca es igual, sino que tampoco lo somos nosotros. Somos cambio porque estamos sometidos a unas circunstancias existenciales que nos obligan a cambiar o, directamente, nos cambian. Pero a diferencia del río, que inexorablemente conduce sus aguas hasta que llegan a su último destino, casi siempre el mar, nosotros sí que podemos cambiar el rumbo, podemos controlar el cambio, podemos cambiar.
Claro, hay que tener en cuenta que no todas las vidas son iguales, y que, por desgracia, no todos partimos desde la misma línea de salida. Aunque muchos, en este occidente nuestro que creemos perfecto, no son conscientes, aún hay muchísimos niños que nacen, crecen y se desarrollan en circunstancias miserables —y no solo en ese entente mal llamado «Tercer Mundo», sino aquí, ahí afuera—. Además, aún hay muchos niños que son abandonados por sus padres por diversos motivos, especialmente porque no pueden mantenerlos. Y sí, todos nos emocionamos cuando vemos imágenes de niños hambrientos en África o ahogados en el Mediterráneo, pero rápidamente cambiamos de tema, cogemos el móvil y nos damos una vuelta por las redes sociales. Y sí, la ONU, ese organismo que nominalmente podría hacer mucho, pero que en la práctica tiene las manos atadas, hace ya muchos años que emitió, para gran alegría y tranquilidad de conciencia de muchos, la Declaración de los Derechos del Niño… pero…
En fin, no es mi intención politizar la reseña de este preciosísimo libro del que venía a hablarles, pero, y esto ya es un punto a su favor, aunque se trata de un cuento —extenso, y no para niños «chicos», como decía mi madre—, esta obra tiene muchísimas lecturas paralelas, y una de ellas, precisamente, es la situación social y política de los niños huérfanos, abandonados o incluseros —qué palabra tan antigua…
Les hablo de la extraordinaria obra Victoriano o el colibrí humano, escrita por Vittorio Mascarpone y publicada recientemente por Editorial Círculo Rojo.
Cuenta la historia de un niño al que una misteriosa señora abandona en la puerta de un hospicio, el Hospicio de San Mauricio, en un pueblo del corazón de Castilla, donde viven unas simpáticas monjitas con nombres curiosísimos (sor Anunciación del Santísimo Suceso, sor Salomé de las Santas Pascuas o sor Madre del Amor Hermoso, alias sor Presa, entre otras).
Victoriano se llamaba. Aunque, siendo un niño, sus compañeros comenzaron a llamarle Colibrí por su larga, recta y afilada nariz, y por sus sorprendentes habilidades atléticas para los ejercicios gimnásticos. Victoriano, el colibrí humano.
Conforme fue creciendo, las monjas y el cura, el padre Cornejo, comenzaron a planear su futuro: el cura quería que fuese cura, como él; pero las monjas proponían oficios diversos, desde cocinero a marino, pasando por psiquiatra… Pero Victoriano no terminaba de decidirse, hasta que gracias a sor Milagros del Séptimo Arte, empezó a soñar con conocer mundo y encontró el que sería su oficio…
Hasta aquí puedo leer. Si quieren saber más, tendrán que hacerse con Victoriano o el colibrí humano. Me lo agradecerán; y sus hijos, más.
Como les decía, esta obra permite extraer numerosas lecturas y aprendizajes a varios niveles. Los más pequeños aprenderán ideas tan importantes y necesarias como que la familia no se determina solo por la sangre o que es muy importante encontrarse a sí mismo y tomar conciencia de lo que somos y de lo que queremos ser. Los mayores, aparte de echarse unas risas, gracias al extraordinario sentido del humor que muestra constantemente el autor, Vittorio Mascarpone, entenderán que parte de su papel como adultos y como padres consiste en educar a sus hijos en conocimientos y valores, pero también en dotarles de una serie de herramientas que les permitan ser, como decía, ellos mismos y vivir como quieran vivir, respetando su libertad y su manera de ser.
Victoriano, el «culibrín» humano, es el ejemplo perfecto. Si lo leen, entenderán a qué me refiero.
Somos lo que somos porque el mundo nos hizo así. Por lo tanto, es posible crear un mundo mejor creando humanos mejores. Y para crear humanos mejores tenemos que esforzarnos en educar a nuestros hijos desde que son niños, y no solo inculcando conocimientos prácticos y teóricos, que por supuesto, son importantísimo, sino también enseñándoles valores éticos y morales.
En nuestras manos está. Todos tenemos que involucrarnos necesariamente. El futuro de nuestros hijos y de nuestro mundo está en juego. Y, sin duda, proyectos como el que plantea esta esperanzadora, sabia y optimista obra, Victoriano o el colibrí humano, pueden contribuir a crear la imprescindible masa crítica que permita girar la tuerca y construir, de una vez por todas, un mundo mejor.
- En lo formal, merece destacar la ágil, cercana y sencilla prosa que desarrolla el autor, perfecta para sus lectores objetivos —niños preadolescentes—; su capacidad para generar intrigar —hasta el final no sabemos por qué fue abandonado Victoriano—, y las maravillosas ilustraciones que acompañan al texto.