Hace más de dos milenios, Platón, el sabio ateniense, dijo que «el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres». Razón no le faltaba. Parafraseando al filósofo, podríamos sustituir «política» por «economía» y la frase seguiría teniendo sentido. ¿Por qué? Porque no somos conscientes de lo importante que es la economía para todos, tanto para el empresario que maneja cifras enormes como para la familia que lucha por llegar a fin de mes. Y es que, si la política es confusa y si nos cuesta muchas veces entender los tejemanejes de los profesionales del gremio, más confusa es todavía la economía. Además, si entender de política es importante para evitar los abusos y los atropellos de los que mandan, entender de economía lo es aún más. El problema es que resulta mucho más complicado. Y, claro está, excepto los que reciben una formación específica, la inmensa mayoría de los votantes-consumidores-pagadores de impuestos no tenemos la más mínima idea. Por este motivo, precisamente, es importante que aparezcan obras como ¿El final de la crisis?, del economista madrileño Álvaro Lodares, recientemente publicada por Editorial Círculo Rojo.
Ojo, el título va entre signos de interrogación. ¿Acaso no hemos salido de la crisis, como pregonan los políticos de uno y otro signo desde hace unos años? Sí, quizás en cuanto a datos macroeconómicos, sí. Pero, como plantea este autor, el sustrato, los motivos, los desencadenantes de la anterior crisis, siguen ahí. Lodares, como buen economista liberal, considera que la única manera de garantizar que esto no vuelva a suceder consiste en sustituir de una vez por todas el paradigma socialdemócrata y estatista, que campa a sus anchas por la inmensa mayoría de países desarrollados. ¿Qué quiere decir esto? Complicado de explicar. Para eso tendrán que leer el libro. Pero algunas pistas nos pueden ayudar a comprenderlo: los estados actuales son empresas gigantescas, con millones de empleados e ingresos extraordinarios. Son enormes, omnipresentes y omnipotentes. Y lo son porque lo hemos permitido. Hemos vendido nuestra libertad a cambio de protección. Protección, por otro lado, que es ilusoria y que, a la hora de la verdad, se muestra ineficaz cuando el barco se hunde.
¿Acaso defiende Lodares un mundo sin estados? Quizá como anhelo utópico, sí; pero en la práctica es consciente de que el camino inmediato y pragmático va más bien por otro lado: hay que cambiar el Estado, con mayúsculas, reduciendo sus competencias y agilizando sus funciones, y, por extensión, hay que actualizar nuestros conceptos de bienestar y de libertad económica.
Claro, hay un problema: España y sus singularidades políticas, económicas, ideológicas, históricas y territoriales. Y en España, como es lógico, centra su atención el ojo crítico de Álvaro Lodares. Por ejemplo, comienza analizando la última reforma laboral que llevó a cabo el gobierno de Mariano Rajoy, reforma que el PSOE, con Pedro Sánchez al timón, ha prometido, sino derogar, sí al menos modificar. Lodares, acertadamente, considera que uno de los grandes males endémicos de este nuestro país es la elevada tasa de desempleo, algo que produce una reacción en cadena de la que no siempre somos conscientes: a menos empleo, menos consumo, menos ingresos para el Estado y más gasto social. Ahora bien, ¿cómo conseguimos generar empleo? En su opinión, y se me permite la simplificación, agilizando y flexibilizando aún más el mercado laboral. Sí, asume que esto puede provocar ciertos desmanes sociales en un primer momento, pero a la larga resultará positivo para el país.
Por supuesto, Lodares analiza la situación política actual del país, que ha entrado en una extraña y delirante espiral que cada vez cuesta más comprender, especialmente por la entrada en el terreno de juego de nuevos partidos políticos. Como es obvio, se muestra bastante contundente con las políticas de Pedro Sánchez y con las ideas de la nueva vieja izquierda que lidera Pablo Iglesias. Y no solo por cuestiones ideológicas, sino porque considera que la antigua labor de la socialdemocracia, que consistía en redistribuir de una forma más o menos justa la riqueza, ha sido asumida por la derecha. Además, no tienen campo de actuación real, ya que se deben, como todos los países europeos, a las normas y baremos que establece la Unión Europea. Sí, pueden incrementar el déficit público, a costa de endeudar aún más el país, pero no lo suficiente para satisfacer las proclamas populistas que exaltan y gritan. Además, no tienen en cuenta lo que el incremento de la deuda pública supone para el país, tanto en sanciones desde Europa como en el inevitable aumento de impuestos. De ahí que Lodares tenga claro que «lo que necesitamos es ahorrar, no gastar». Y eso implica, de nuevo, reducir el Estado y, como consecuencia, reducir la deuda. No se pierdan, si se atreven a adentrarse en este libro, la incisiva comparación que hace con nuestro país vecino, Portugal.
Además, en esta amplia recopilación de artículos, Lodares no deja títere sin cabeza y analiza con entusiasmo y rigor muchos de los males —y bienes— de la España actual, desde las locuras presupuestarias y la dificultad de unos y otros para controlar el déficit al endémico problema del sistema de las autonomías, pasando por la subida del impuesto de sociedades, los cantos de sirenas del populismo, la hucha de las pensiones, la importancia del sector del turismo o la obsesión por las medidas proteccionistas.
En resumidas cuentas, ¿El final de la crisis? es una acertada recopilación de reflexiones económicas y políticas que ayudarán al lector despistado a entender, dentro de lo posible, cómo funciona el mundo, qué podemos hacer para cambiarlo y cómo podemos vivir mejor, unos y otros. Se puede estar o no de acuerdo con sus ideas y planteamientos liberales, pero si el lector se libera de sus ideas preconcebidas y se adentras en estas reflexiones, podrá comprobar que quizás haya una luz al final del túnel.