«Nunca segundas partes fueron buenas», dice el dicho. Pero no siempre los dichos aciertan, y más cuando se trata de una generalización tan precipitada como esta. En el cine, al menos, este viejo adagio ha quedado más que anulado, como demuestran joyas como El Padrino II, Batman Vuelve o El imperio contraataca. En literatura pasa algo parecido. La segunda parte de Alicia en el país de las maravillas, por ejemplo, titulada A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, es aún más brillante que la primera. Lo mismo pasa con Las dos torres, la segunda entrega de la saga de El señor de los anillos, o con la novela que nos ocupa: Los 7 deseos de Takumi: Volumen II, una continuación, algo sui generis, de Kizuna, la maldición de Yumiko, publicada el año pasado por la Editorial Círculo Rojo, que ha visto la luz recientemente.
Kizuna, la maldición de Yumiko fue toda una sorpresa y cautivó a muchísimos lectores, hasta el punto de llegar a ser finalista en los prestigiosos Premios Círculo Rojo. Su autor, el barcelonés Enric Landeira, puso el listón muy alto. Pero, tras leer esta nueva entrega, que más que una secuela es un spin-off, queda claro que Landeira lo ha vuelto a hacer. Los 7 deseos de Takumi es una delicia de novela. Ágil, amena, vibrante y adictiva. Una historia de amistad y fantasía —en el buen sentido de la palabra— que se desarrolla a lo largo de los años y que se acaba viendo trastocada por la dichosa Takumi, una demonia de las montañas, una yamamba.
Uno de los puntos más destacables de esta obra es su trabajado realismo, que permite que el lector sea capaz de empatizar, desde el primer párrafo, con los protagonistas de esta trama, y de sumergirse en el contexto en el que se desarrolla la acción, gracias a las brillantes descripciones de los distintos escenarios dentro de la megalópolis de Tokio. Esto puede parecer fácil, pero todo aquel que se dedica a las letras sabe lo complicado que es conseguir que el lector sienta de verdad que está dónde el escritor quiere que esté. Y solo es posible si las descripciones de los contextos están bien construidas y son detalladas. Además, se aprecia, y se agradece, el profuso trabajo de investigación que el autor, con total seguridad, ha tenido que realizar para poder describir con semejante grado de detalle la cultura, la forma de vida y las circunstancias existenciales de los protagonistas del libro. La novela, además, retrata a la perfección una curiosa dicotomía que caracteriza al país nipón en la actualidad: la sociedad futurista y tecnológica versus el folclore tradicional japonés.
Los personajes, como no podía ser menos, están construidos de forma prodigiosa. Y, lo que es más importante, van evolucionado y complejizándose conforme las tramas van avanzando.
Por otro lado, desde una perspectiva puramente formal, destaca la capacidad del autor para crear el necesario e imprescindible clímax. Lo hace, como es habitual, dosificando la información y creando tramas paralelas, consiguiendo con ello que el lector no pueda despegarse del libro hasta pasar la última página.
Además, no hace falta haber leído la primera parte, Kizuna, la maldición de Yumiko, para entenderla, aunque, evidentemente, haberla leído contribuye a entender el universo que Landeira está construyendo y que pronto regresará con una tercera entrega.
Nada más. Una obra tan recomendable como necesaria, tan entretenida como inquietante.
Están tardando en hacerse con ella.
Por cierto, el dicho con el que comenzaba esta reseña procede de la segunda parte del Quijote, cuando el bachiller Sansón Carrasco habla con Sancho, precisamente, sobre la novela en la que aparecen: «Algunos dicen: “nunca segundas partes fueron buenas”». Curioso porque, para muchos, esta continuación del Quijote es aún mejor que la primera…