Andreia García nació y creció sus primeros años en una hermosa y remota comarca de los Ancares gallegos, y aunque después tuvo que irse, regresaba cada verano a su aldea. Llegó el final del verano y, cumplidos ya los once años, con el chispeante estímulo de Macu, se pusieron a escribir. A pesar de tener en la distancia todo un invierno y un curso de por medio, pudo hacerse.
¡Siempre quedará Correos!
Tras muchas idas y venidas al buzón, llegó el siguiente verano. El de los doce años. Y así, sin darse a penas cuenta, la aventura de Andreia había tomado forma a través de Anderuela, culminando en este cuento que tienes entre las manos.
Esta experiencia supone una lección sobre el valor del gran potencial del estímulo que pueden ejercer los adultos con y para los niños, afianzando su creatividad y desarrollo.