Detrás del seudónimo de Eduardo Belarte se esconde literal y literariamente el autor de esta novela, que ha preferido ocultar su verdadera identidad por razones que ni el mismo autor sabe precisar con exactitud, pero que tienen más que ver con la modestia o con el recato que con cualquier otro motivo. Médico de profesión, a la que ha dedicado toda su vida laboral en la sanidad pública, ha aprovechado el tiempo libre que proporciona la jubilación para dar forma a unos relatos que había ido escribiendo a lo largo de los años, cuando el trabajo se lo permitía, y que poco a poco iban tomando cuerpo en forma de una historia.
Siempre había estado tentado de escribir una novela, dada su gran pasión por la lectura, sobre todo por los autores clásicos, a los que ha leído con la discontinuidad que proporciona una dedicación a la obligada lectura diaria de artículos médicos y científicos, por lo que ha tenido que esperar a su jubilación para dar rienda suelta a su creatividad literaria, que ha compaginado con sus otras aficiones: la fotografía de naturaleza y la pintura.
Pero lo que más ha marcado su trayectoria vital ha sido su obsesión por la moderación y la mesura en todos los aspectos de la vida, buscando siempre el término medio en sus acciones y omisiones. Sabedor de que la realidad que nos rodea es sumamente compleja, y que no hay una verdad absoluta e inamovible, ha procurado en todo momento adaptarse, lo mejor posible, a vivir en la incertidumbre que proporciona una permanente duda. Manejar esa incertidumbre con solvencia es la mejor manera de adaptarse a esta vida.
La luz de la penumbra constituye su primera y única novela, en la que muestra cómo estas cualidades son de vital importancia para nosotros, como individuos y como sociedad.