Manuel Villarrubia Zúñiga busca en la literatura la respuesta o plantea preguntas a los misterios de la vida a través de la ironía, de la sorpresa, de lo cómico, de lo patético, del absurdo. No son diferentes estas demandas a la de cualquier otro escritor u otro ciudadano. La «polis» griega confería identidad a los individuos a través de un sentimiento gregario. Hoy, las megalópolis, las ciudades actuales, disuelven al individuo en un colectivo humano diverso y disperso. Esa es la formación emocional que tuvo: Madrid.
Hijo de madrileños y de la ciudad, se inoculó, se inyectó la superación desde el ejercicio de su empresa, leyendo con avidez, recorriendo la historia desde la literatura y a la inversa. El desafío a la muerte también fue una buena escuela, mediante la aventura bajo tierra, practicando espeleología, desde el vértigo de la montaña, hasta la lucha y su aprendizaje en el combate en la escuela de artes marciales Shitō-ryū.
La lucha como metáfora de la existencia para adquirir el conocimiento necesario para observar la vida con una mirada de superviviente, superviviente también de los sueños que se desencadenaron en la movida madrileña.
La pasión literaria y la musical le ha conducido a escribir Rock Quijote, una zarzuela madrileña que mezcla variopintos y celebérrimos personajes de la cultura contemporánea; La enfermedad de Cervantes, como testimonio de la crisis individual de la identidad; Delirios madrileños, fruto y fruta de los años de la movida madrileña de los que fue testigo y superviviente; y ahora, Cuentos madrileños y otras movidas de barrio, que va a llevarnos al cruce de caminos, la intersección de sentimientos y las contradicciones de los misterios de la convivencia, de los desencuentros y de los intentos por encontrar el misterio de lo convencional.