La carrera ha terminado, el gran corredor ha ganado, el mejor, el más aplaudido, el más reconocido ha triunfado. La horda enloquece, los flashes enceguecen y esconden a los que atrás han quedado, los “perdedores” observan desde lejos la honra; el honor y la gloria manifestan en ruido, fama y halagos…
Todo sucede en un instante, todo es un momento, la victoria no es un trofeo, no es un escalón más alto. La dama triunfante es el premio al esfuerzo, al sacrificio constante y a la mente más amplia que empatiza con diferentes e iguales. La carrera ha terminado y el gran corredor vuelve atrás sus pasos; sus brazos no buscan premios, sus manos mucho menos, sus ojos se dirigen a esos que han hecho junto a él un inmenso esfuerzo. Quiere festejar con ellos, quiere reconocer su sudor, quiere contagiarse de valor y así empatizar con la derrota…, con la dama de los que aún no han rendido sus sueños.
El abrazo entre ganadores y perdedores es gigante, eterno. La victoria no es ganar, la victoria es seguir corriendo… La empatía no es sentir lástima por el que lo intentó pero quedó atrás…, es acercarse para reconocer su intento.