Durante las primeras horas de la mañana del trece de agosto de 1961, unidades armadas de la Vopos, y otras unidades militares de Alemania Este bloquearon toda la circulación en el límite entre los sectores de la ciudad, y delante de los ojos estupefactos de los habitantes fueron erigidas barreras provisorias en los confines del sector soviético hacia Berlín Oeste, separando familias y cortando calles y caminos entre casa y lugar de trabajo y estudio. En aquel momento nadie jamás habría imaginado que ello fuera el comienzo de una tragedia y que desde aquel día hasta 1989, por más de veintiocho años, no solo en Berlín, sino en toda Alemania la frontera entre Oriente y Occidente se convierte en una trampa mortal, cortaría en dos no sólo una ciudad, sino un país entero, y fue el símbolo de la división del mundo y convirtiéndose en el símbolo más cruel de la Guerra Fría.
Romano Nigiani reconstruye un período difícil en nuestra historia reciente sin sentimentalismo y partidismo. También en la Bernauer Straße, una calle que quedó en el sector Este de Berlin, algunos de los habitantes, entre ellos la familia de Hans Schuster, tratan escapar en un dramático intento de fuga. Helmut Wimmer, de la misma edad que Hans, nunca olvidará a su amigo ni a su hermosa hermana, su amor secreto y eterno, y seguirá preguntándose por sus destinos, más allá del Muro y de la franja de la muerte.
En una atmósfera noir, espías e informadores de la Stasi, la policía secreta, se desencadenan traiciones y se consumen torturas indecibles, como también gestos de solidaridad insospechados. En el fondo ella, una mujer joven dispuesta a hacer cualquier cosa para dejar atrás el pasado y volver a empezar.
Una novela bien escrita y cautivadora hasta la última página, que explora los abismos del alma humana.
“Sintió voces confusas que injuriaban y proferían órdenes rabiosas. Luego, si bien lejano, un haz de luz muy potente lo alcanzó a su curva espalda. ¡Habían llegado! ¡La Vopos los habían alcanzados! Con un último gesto de desesperación pensó ¡No, lo lograremos!, y dirigiéndose a sus hijos gritó:
—¡Hans! ¡Alyna!¡Corran, no se detengan!”