Convendría poner aquí que, cuando cumplí los quince me atrapó la poesía, porque al dejar la infancia, los recuerdos que quedaban atrás entre los charcos y los cielos tan limpios se hicieron versos para recuperarla. La rima de la lluvia hizo las calles de barro y sin jardines, la nieve en el invierno, la chopera entre luces y ese río Zapardiel que se mira en los ojos de la torre y las cuestas, los saltos a la comba de las niñas, el aro y las canicas, el tambor de hojalata, los atrases, el prado, el charcón, la laguna, el castillo a lo lejos, los majuelos, el arco iris y también los columpios, el tamo de la trilla, los haces y los surcos, todas las amapolas que crecen en los trigos, los garios y los bieldos, un adiós en el alba cuando la despedida, porque mi familia se trasladó al norte en busca de trabajo y en una alforja abierta entre los ojos vino todo conmigo como pan y alimento.
Luego me hice mayor yendo y viniendo al pueblo cada verano azul en que todo seguía esperando mis ojos al amor de la lumbre, para ser en las fiestas un poco de dulzaina, algún beso en los labios de arrope y mantecados, de la lluvia y las tardes, la fuentecilla, el sol, los chopos que en el río jugaban a seguirme, todos los sueños todos para seguir soñando.
Y así, casi sin darme cuenta, fui aprendiz de pastor, porquero, segador y vencejo, de ese niño que añoraba su pueblo y le dolía su ausencia aún llevándolo dentro, porque su nombre de Rivilla le mantenía vivo para volver a él y seguir siendo un niño de setenta años que lo ha escrito todo en este libro, para que no se olvide nunca que todo sigue aquí, como estaba aquel alba de otoño en que nos fuimos con el corazón roto.
En la edición de este libro colabora el Ayto. de Rivilla de Barajas.