Este no es un libro sobre destrezas técnicas con el uso de la cámara, ni trata de cómo realizar mejores fotografías para presentar a concursos y competiciones. Trata de cómo la luz y la vida se alían en la fotografía proporcionando un vehículo para el crecimiento personal; trata también de ciertos aspectos que la tradición budista puede ofrecer en el ámbito de la fotografía, y de cómo es posible que ambas materias se encuentren de un modo rico y armonioso.
La creatividad es nuestra seña de identidad como seres humanos, del mismo modo como lo es el habla, el pensamiento o la bipedestación. Cada ser humano incorpora esa semilla, que se manifiesta de forma continua y diversa en un proceso creativo que, como cualquier viaje espiritual, es intuitivo, no lineal y experiencial. El budismo Zen, y las expresiones artísticas vinculadas con él, representa una rica fuente de enseñanzas que nos muestran un modo de vida simple, espontáneo y vitalista, y nos ayudan a comprender y a cultivar nuestra propia creatividad, apuntando de forma directa a la perfección inherente a cada uno de nosotros y a nuestro propio potencial para alcanzar la iluminación.
La finalidad del Zen, y también la de la fotografía tal como en este libro se plantea, es la de acceder a la naturaleza última de la realidad, sugiriendo una nueva forma de ver que intenta expresar lo inefable, y al mismo tiempo nos ayuda a entender nuestro lugar en el universo y el modo como nosotros vemos el mundo. En este sentido, la fotografía desde la perspectiva Zen intenta trascender la parte estrictamente técnica, y es utilizada sobre todo como una herramienta para comunicar insights espirituales y para tomar una profunda conciencia de la evanescencia de la vida. Como otras artes del Zen (como el kyudo o el arte del arco, o el shodo o el arte de la caligrafía), la fotografía no existe con el único propósito de crear una obra de arte, sino como un método para abrir el proceso creativo, permitiendo al artista ahondar en la comprensión de sí mismo y de la naturaleza de la realidad. No es casual que en japonés, por ejemplo, la palabra para fotografía sea «shashin», que se compone de dos ideogramas: «sha» (reproducir o reflejar), y «shin» (verdad). Por tanto, el proceso fotográfico consistiría en capturar la verdad o esencia de algo.
La meditación en general (y el zazen, en particular) y la fotografía tienen más en común de lo que inicialmente podría parecer: ambas disciplinas se enfrentan al momento presente, ambas exigen un alto nivel de conciencia, y ambas ofrecen mejores resultados cuando la mente está vacía y libre de distracciones, lejos de influencias externas. Por otro lado, su práctica continuada nos va a permitir abrirnos al proceso creativo y a una forma incondicionada de ver el mundo y a nosotros mismos, al tiempo que nos descubrirá las cualidades inherentes al Zen: la simplicidad, el misterio, la espontaneidad y la talidad.
En resumen, este libro intenta ser una invitación para explorar las posibilidades del uso de la fotografía desde la perspectiva del budismo Zen, como una ayuda para vivir nuestra vida de un modo más creativo.