Tras la lluvia de girasoles del pasado, aparece una nueva rosa que llena de esperanza al poeta que por algún resentimiento de antes y perseguido por la melancolía no quiere verse involucrado de nuevo en el amor. Sin embargo, conoce a quien parece ser el amor de su vida, aparece en el invierno, cuando el amor no debería de fructificar. Y es a raíz de ello que él se convence de que ese amor naciente es simplemente equiparable a Roma. Se cumple la promesa de las rosas rojas y se consuma finalmente el amor. Él entiende que se trata de la Eternidad. Una Eternidad que tiene dos variantes. El poeta conoce ambas.
De pronto, en el otoño, cuando todo muere, ve cómo ella, quien parecía la única reina, se despide y él acepta su despedida. El poeta entiende que todo se trató de una ensoñación y que la realidad del amor no es la de dos personas que no tuvieron la valentía de amarse realmente. La obra indaga sobre la doble definición de Eternidad. El poeta busca una respuesta al porqué del fracaso. El poeta se sienta frente al mar, algunos días esperanzado, otros totalmente devastado y otros, finalmente, resignado.