Deambulaba por los pasillos oscuros y blancos de un hospital.
Me acompañaban desconocidos con cara de preocupación y tristeza,
y algunos con ojeras de llevar varios días sin dormir.
En cada habitación había algún problema de muerte.
Y la soledad acechaba en aquellas camas llenas de cables y bolsas líquidas colgando por encima de sus cabezas.
En aquellos pasillos oscuros y blancos estaba la muerte sentada preocupada.
No pude mirarla a los ojos, pero estaba llorando porque su llanto se escuchaba.
Me acerqué a ella y le pregunté si estaba bien.
Me respondió que el amor de su vida se estaba muriendo,
y no quería que ella se fuera.
En ese instante, comprendí que la muerte no es tan mala como cuentan,
sino sólo una excusa para acabar con el dolor y el sufrimiento de eso que llaman amor.