“… No es más que una pequeña punzada en el estómago, como un leve estremecimiento apenas perceptible del abdomen, pero ahora soy capaz de reconocer las señales en cuanto se producen sin necesidad de recurrir al estúpido sentido común, sin intentar analizar los hechos bajo el crisol de la lógica. Por fin he comprendido que estos sentimientos y sensaciones solo se pueden medir con el corazón, que no existe otra posibilidad que no sea la de dejarse llevar por el presentimiento y seguir el impulso de la propia angustia…”. Las percepciones olvidadas de la niñez vuelven de forma abrupta, violenta, y sumen a Angie en un extraño estado de confusión. Sin embargo, todo tiene una explicación, aunque a veces ésta escape al socorrido canon del sentido común. Poco a poco, acabará comprendiendo que su propia identidad depende, definitivamente, de otra persona: su homónimo existencial, su otra mitad…, su hermana gemela.