Un día, cuando comenzaban las vacaciones de verano en 1968, coinciden en el Tren – Correo Madrid – Salamanca dos jóvenes de unos 17 años. Asomados a la ventanilla, hablan sin cesar durante algo más de una hora y generan un microclima de intimidad y compenetración extraordinarios. Pero todo se verá bruscamente interrumpido, cuando, sin darse cuenta, el tren llega a la estación donde él debe apearse sin dilación . Lo ve alejarse y cree apreciar una mano que le envía un beso por el aire, cayendo entonces en la cuenta de que ni sabe el nombre de ella, ni su dirección ni su teléfono. Él se llama Alfonso y, pronto, pasa a llamarla Emily, porque ese nombre – el de Emily Brontë – siempre le gustó cuando lo veía, desde su infancia, en las letras doradas de la portada del libro “CUMBRES BORRASCOSAS”, situado en un estante de su domicilio : Libro inalcanzable, pues nunca le dieron permiso para tocarlo. Siente el impulso de escribir una carta a “Emily” y la guarda en el cajón, pues no sabe dónde enviarla. Cumplidos los 60 años y con una vida hecha y plena, la brecha sigue abierta. Aquella conversación del tren quedó en el aire; él no ha olvidado y sigue escribiendo una carta de amor tras otra. Las vidas de los protagonistas girarán alrededor de este hecho.