Mientras el petrolero Bonifaz agonizaba y se hundía irremediablemente en las aguas del océano, tres hombres: el capitán, el oficial radiotelegrafista y el timonel permanecían en el puente de mando sin querer abandonar el buque, lo que tuvieron que hacer en el último momento cuando ya el agua del mar les llegaba a la cintura. Sucedió el viernes 3 de julio de 1964, pasadas las diez de la noche, cuando dos petroleros, uno español y otro francés, colisionaron frente a la costa de Galicia, a nueve millas de Finisterre. El Bonifaz, de la compañía cántabra, Naviera de Castilla, se hundió en las aguas del Atlántico. Perecieron cinco tripulantes y desaparecieron veinte, y entre ellos había tres mujeres, esposas de tres tripulantes. Fue una de las mayores tragedias marítimas de la marina mercante española. Desde entonces, a una profundidad de 95 brazas, allá donde el sol besa las aguas, donde se posa su resplandor, en aquel lugar, en el fondo del océano reposan los restos del Bonifaz.