“El hombre que olía a caballo, España a caballo” es más que un viaje en lo que a geografía se refiere, la andadura empieza mucho antes de pisar las playas del sur y no acaba tras miles de kilómetros, pues en realidad, hay viajes que se convierten en peregrinajes, y hay peregrinajes que duran una vida. Está a punto de leer cuáles son las circunstancias que llevan a un hombre a dejarlo todo para ser un vagabundo de los caminos, y cómo ese camino le ayuda a conocer a los seres que componen la historia de una vida. Una vida real que resumida en estas pocas páginas nos hará entender los sentimientos más profundos de un nómada que se cansó antes de vivir que de andar.
Pocas veces leeremos una novela de viajes que, a la vez que real, habla sin tabú alguno de no sólo las cosas que vemos, sino también de las cosas que sentimos, presentimos, esperamos u odiamos, porque la vida en sí es un viaje, porque sólo de nosotros depende transformar viajes en aventuras, o aventuras en rutinas. Dicho en primera persona, pues soy yo quien escribe esta sinopsis, y dejando a un lado la seguridad de la tercera persona y la timidez de dejarme ver, diré que en este escrito hay cosas que encontrarán por miles, porque son miles los pasos dados, los kilómetros recorridos, las lágrimas derramadas, las sonrisas regaladas… son miles los olores, los colores y las brisas, aunque también conto por millares las dudas, daños y los malos tragos, porque andar sin pisar no es posible, porque vivir sin ser pisado tampoco, porque sólo lo que odiamos nos moldea, y sólo lo que amamos nos ayuda a seguir andando. Me arrepiento profundamente de publicar este escrito, sin embargo, mi conciencia queda limpia con él y, lo que es más importante, a ella… a ella se lo debía. Me disculpen por la demora.