“salió del metro, en el centro de una ciudad que no conocía, en el centro de un país al Sur de Europa, al girar a la izquierda pudo ver un gran reloj en lo alto, en el centro de un edificio. A su izquierda había una estatua ecuestre en el centro de la plaza y en frente, la figura de los vinos de “tio pepe”, tambien en el centro y en alto sobre un edificio. No sabía donde estaba, pero por fín en su vida había encontrado su centro, la figura que tanto había estado buscando y de la que tanto le habló su familia….” El autor no dice de qué ciudad se trata, pero está claro que la plaza es la Puerta del Sol y está en Madrid. De esta misma manera se ha identificado el lugar, a través de las frases de El Quijote, los tiempos y distancias que Cervantes, como pistas, nos deja en su obra. El lugar de cuyo nombre no quiso (o no pudo) acordarse. Es imprescindible conocer la realidad de Cervantes y de La Mancha en aquella época y luego aplicar la geometría a las pistas que el autor va dejando, piezas de un puzzle, que ha habido que encontrar y luego encajar, hasta formar el cuadro. Y, ¡¡¡ por fín!!!, cuatrocientos años después, podemos decir con total seguridad, que el enígma está resuelto. Que el lugar, que quiso esconder en su obra, MIGUEL DE CERVANTES, es MIGUEL ESTEBAN.