“De pronto mi corazón se paró. El corazón, redil magnificado de la vida efímera. Reloj de arena. Caja de Pandora. Puerta dicotómica entre la vida y la muerte. Malabarista apasionado. El mismo corazón que hace no mucho daba su primer latido, ponía fin a su monótono trabajo tras dar treinta y siete millones ochocientos cuarenta y tres mil doscientos latidos al año. Es curioso que
estemos tan solo a un latido de la muerte. No vi el suelo cuando choqué contra él. Solo recuerdo una sensación placentera, de alivio. Había alcanzado el Nirvana en el instante exacto en el que mi cuerpo perdió su arte al estrellarse contra el pavimento ante cientos de personas expectantes. En ese instante el mundo dejó de existir, porque el mundo era mi mundo. Y sin mis percepciones nada
existe”. “La Belleza es el Final” no es más que esa caída eterna hacia la muerte, ya no corpórea, sino también espiritual. Es la historia universal. Una muestra trágica y agónica que
afirma que la Belleza puede impregnarlo todo, incluso la desesperación de los finales.