Toda novela romántica que se precie tiene su joven heroína profesionalmente independiente y sexualmente liberada y la nuestra no iba a ser menos. Es verdad que Silvia, la protagonista de La cruz de la pasión, en estos momentos está atravesando una mala racha… que empieza a ser demasiado larga para considerarse temporal y que, de hecho, lleva camino de convertirse en un mal endémico. Experimentada vendedora en una inmobiliaria, le ha caído el muerto del siglo: una casa antigua en pleno centro de Sevilla que se cae a cachos y cuyos surrealistas propietarios no paran de subir de precio y de cambiar las condiciones de venta. En cuanto a su vida amorosa… ¡Ay! ¡Mejor ni hablar! Pero un misterioso y atractivo cliente, al fin, parece interesarse por la casa… ¡y por ella! ¿Será la solución a sus problemas económicos y sentimentales? Sin embargo, tan repentinamente como ha aparecido, el hombre desaparece al tiempo que —¡casualidades de la existencia!— algún descerebrado ha tenido la genial idea de asaltar la ruinosa casa de marras, llevándose un crucifijo horroroso y sin ningún valor que estaba colgado en una de las habitaciones. Aunque, pensándolo mejor, ¿no se decía que la casualidad no existe? A ver si —¡con su habitual buen ojo para con los hombres!— había ido a fijarse en un ladrón… Claro que ¿quién iba a tomarse tantas molestias por una cruz de plástico? ¿O es que la cruz no era tan insignificante como parecía?