Oscuro y silencioso. Oscuro, silencioso y solitario. Oscuro, silencioso, solitario y triste. Sin embargo estaba tranquila, me sentía serena y repleta de fuerza. No conseguía encontrar una luz, un hueco, una salida. Pero sabía que existía, no distinguía dónde, pero la había. Algo temblaba a mí alrededor y eso me confirmaba que el momento había llegado, no podía esperar más, tenía que comenzar y aunque no conocía como, ni cuando, debía ponerme en marcha. Comencé a empujar con todas mis fuerzas con el instinto natural que todos poseemos y no dejé de hacerlo durante segundos, minutos, horas. Seguía sin ver fisura, ni hueco, ni claridad alguna. Pero no tenía miedo, percibía que estaba, que existía, que había una escapatoria. Tenía que seguir intentándolo, continué empujando y lo seguí haciendo cada angustioso segundo, cada dolorido minuto, cada desesperada hora, sin rendirme. Y cuando mi diminuto cuerpo me pedía humildemente que dejara de hacerlo, divisé un pequeño resplandor justo al lado contrario de mis esfuerzos. Volteé mi dolorido cuerpo hacia la salida y comencé a nacer. Porque nacer, es empezar una cosa desde otra, saliendo de ella. Salí dispuesta a comenzar, a crecer, a desarrollarme, a germinar, a vivir.