Luis Fernández Fabre es un hombre sin historia. Pero un día bruscamente la historia irrumpe en su vida: en 1831 es apresado por José María, un famoso bandolero por sobrenombre “El Tempranillo”; y en 1832 un amigo suyo lo involucra, involuntariamente, en la conspiración liberal del general Torrijos: sólo le queda el exilio. Tras un viaje accidentado por el Atlántico y el Pacífico arriba a las costas de Lima; allí conoce la ciudad vieja, el viejo Barranco que visita entre aromas de leyenda, y se enamora de la papaya, la garúa, las tapadas, la plaza de armas donde un presentimiento lo llevará al futuro. El puente y la alameda. La flor de amancaes. Allí pone su negocio y ve cómo, lentamente, se va instalando en él la prosperidad. Sólo la nostalgia empaña este idilio: sus padres, su amada María Isabel, la ciudad de Cádiz; al fondo se yergue, como una ensenada, la bahía. El verdadero protagonista es la ciudad de Cádiz. Y la ciudad de Lima, que le da la espalda con un continente en medio. Dos caras que se miran sin parecerlo, dos miradas sobre el mundo, dos mundos que se esperan, ignorándose el uno al otro pero conociéndose entre arrecifes. Dos miradas clavadas en dos siluetas, las caras del mar. Es una incursión en la España del siglo XIX: bandoleros, pronunciamientos, persecuciones, terremotos, fantasmas y tormentas; y, como telón de fondo, una búsqueda incesante de sí mismo, un combate interior que hurga en los secretos de la mente, en los conflictos escondidos que tienen que resolverse; pero, como dos barcos que surcan el océano en busca del nuevo mundo, tienen que pasar también, antes de llegar a puerto, por su propio cabo de Hornos: por los cuarenta rugientes. Una historia de amor, una odisea y una aventura. Salir al encuentro de sí mismo… Ushuaia está escondida dentro de todos nosotros. Y junto a Ushuaia se yergue, como una silueta amenazante, el cabo de Hornos.