Las construcciones de los templos rurales han exigido ingentes cantidades de energías, costos y tiempo. Y es precisamente el inexorable paso del tiempo el que va dejando en ellos su huella, deteriorando tanto arte y esfuerzo que queremos poner en valor en este libro, al mismo tiempo que concluimos que son templos de culto (iglesias) y además monumentos históricos-artístico-culturales.
Los monumentales sillares blanquecinos, grisáceos y rojizos prestan un cromatismo al exterior de estos templos que les dan una singular belleza natural.
Los pórticos con un alto valor artístico son símbolos del Dios que te invita a pasar, que te acoge, perdona y abraza. Sus cabeceras son símbolos del máximo grado de sacralidad que puede alcanzar un lugar terrenal. Las bóvedas de cañón, de horno, de arista y estrelladas, sembradas de claves historia- das, simbolizan la inmensidad y eternidad del cielo. Sus capiteles y canecillos historiados son símbolos del diálogo permanente entre la divinidad y la humanidad. Sus bellos retablos cuajados de tallas y pinturas nos recuerdan que es posible alcanzar la santidad porque los hombres y mujeres que están en los retablos han alcanzado el cielo y son ejemplo y modelo para los que aún vivimos. Hay razones más que suficientes para que las iglesias sean consideradas como el lugar emblemático del pueblo.
Las restauraciones y ampliaciones se han efectuado respetando tres contenidos fun- damentales: que es un lugar de culto, un lugar histórico y un lugar estético. San Bue- naventura dice: “Bonum artis consideratur non in ipso artífice sed magis in ipso artificio” (la belleza de una obra no está en el autor de la obra sino en la misma obra).
A través de estas páginas interiores iremos viendo los diversos contenidos acumulados en estos edificios, cuya valoración producirá en el lector y sobre todo en el visitante la admiración y emoción que causan su grandiosidad, su belleza, y su carga de fe, de historia y de arte.
Me uno a Santo Tomás de Aquino, el mejor teólogo de la Historia, porque basó sus enseñanzas en Aritóteles, el mejor filósofo de la Historia, cuando afirma “todo lo que existe, existe con razón suficiente”.