Habiendo mucho de cierto en ello, también se entremezcla cierta fantasía necesaria para darle condimento a las desventuras de ese niño de los cincuenta en una escuela rural gallega. Cuatro paredes de ladrillo apenas revocadas con cal, teniendo por suelo la misma tierra pisoteada a lo largo de años con jornadas de duro invierno. Los malos tratos, por parte del docente, se aceptan como hábito, sin más calor que el que puedan irradiar sus jóvenes presencias. Todo ello da cuerpo a esta historia de la posguerra, acompañada de la precaria situación del agro gallego, vista desde la perspectiva y la timidez del niño que todos llevamos dentro. Si construir la historia de ese ayer no fue tarea fácil, imponer tales normas no era lo más acertado, puesto que el formar no debería ser sinónimo de sometimiento, sino que el educador había de hablar poco diciendo mucho. Por lo que construir el edificio del mañana, debería hacerse con sumo cuidado y gran pericia. De este modo,había sido lo más acertado para que esos pilares del futuro hubiesen tenido una sólida base. Si hubieran sido capaces de conseguir ese objetivo, seguro que hubieran triunfado.