Una tarde de noviembre Eva decide acabar con todo. Inmersa en su desesperación, la idea de escribir en el diario que le han encargado como tarea de clase es lo único que le impide terminar con su vida. Gracias a la ayuda de Lucía, su profesora, y al chico nuevo, Marcos, Eva comprende que los diarios también cuentan historias que pueden ser transformadas. EVA: Ninguna persona sabe cuál será el último día de su vida. Por ello, horas antes de morir, nadie presta atención a los sencillos momentos cotidianos que jamás volverá a disfrutar. No atesora entre sus dedos esa última taza humeante de café, ni graba en su memoria el golpe de fresca brisa que arderá ––también por última vez–– en sus mejillas, al salir a la calle. Yo misma, al abrir los ojos esta mañana, ignoraba que moriría esta tarde. En unos minutos. MARCOS: He aprendido por las malas que cuando necesitas algo, tanto, que incluso las células de tu cuerpo gritan de hambre, debes luchar por ello. No permitir que nada te impida conseguirlo. En esta ocasión, ni siquiera la certeza de que ella merece a alguien mejor me detendrá. LUCÍA: ––Yo creo —dijo, con una cálida sonrisa dibujada en sus labios, antes de despedirse de nosotros—, que si mantienes un pensamiento positivo sobre algo, atraes a tu vida los hechos, objetos y personas, que acaban haciendo que ocurra aquello que imaginaste.