Si una sola palabra pudiera defnir esta novela sería «esperanza», que tantos hermanos gemelos tiene, como «espera», que es la que mejor detalla el día a día de los miles de seres asentados en la gran planicie antes de que se aclare su destino. «Expectación» ante los innumerables acontecimientos que se desarrollarán en esa espera o «perspectiva», que se diluye en dos planos, el carnal y el espiritual.
«Confanza», la que ha depositado Sondhojo (ser con un poder subjetivo) en el protagonista para ¿llevar a cabo qué…? «Aguardo», como la guardiana de la frontera para satisfacer las necesidades de los que vuelven a perderse en tan insondable territorio. «Anhelo» o ese afán, ese deseo de traspasar las puertas que engalanan de luz dorada la gran muralla. Y, ¡cómo no!, «ilusión», porque soy «optimista», como autor de la novela y protagonista de este relato autobiográfco, esperando que estos renglones de esperanza lleguen al máximo de corazones, que también combino con la poesía para embellecer esta narrativa y dar aliento a los desamparados en ese acecho, obligado, por la reina de los mortales, la muerte, y sin olvidarme del cuento, para satisfacer el aburrimiento constante que padecen los niños en ese lugar. Acabando con la «fe» o creencia de los millones de traslúcidos que debaten a diario sobre ella.