Es hora ya de que osemos apuntar a una verdad que es más fuerte que la del orden fáctico. Nuestro juicio político debe ser acerado, debe partir de pocas pero firmes certezas, entre ellas una de inspiración hegeliana ya muy vulgarizada: la conciencia española, en cuanto a proveer un principio ético-político de acción común, no está a la altura con respecto a lo que sabe realmente de la situación. Es decir, nuestra conciencia moral va con mucho retraso en relación con una difusa conciencia de la verdad de la situación política.
En la España del Régimen del 78, hasta el día de ahora mismo, la moral, en el sentido del “ethos”, que es la moral social compartida, la Sittlichkeit de Hegel, se ha privatizado en un proceso de neutralización axiológica instado por el Estado a través de los partidos, los medios de comunicación, los aparatos ideológicos y todo el sistema cultural. El “criterio”, la sensatez, el sentido común son los instrumentos del consenso social. Ahora bien, el Régimen español de 1978 es un dispositivo en el que todo lo amoral y anómico es celebrado como “normativo” por las instancias públicas encargadas del control social.
Una vida humana en sociedad sin ideal es sobrellevable, pero sólo eso. Perdidos de vista el ideal religioso (una ingenua o sincera fe bien fundada), moral (un bien irrenunciable como norma vital o como deber) y estético (una belleza no contaminada de fealdad, escarnio y vileza), tal vez ya sólo queda, y no en muy buen estado de conservación, el ideal político hacedero (el buen gobierno en libertad). Curiosamente, hoy la gente con más recursos, esa vasta clase media a la que se imputa el mantenimiento estable del orden social y político, es la que se halla poseída por el ideal de vida históricamente propio de los más pobres: obsesión banal de cubrir necesidades y multiplicarlas como ostentación y emulación de estatus. Pero el ideal es el lujo del espíritu, es decir, de lo que todavía hay de creativo y por venir en nosotros.
Los hombres de corazón inquieto y espíritu libre deben aprender del funcionamiento del Estado español actual todo lo necesario para conocer la verdad de la política consuetudinaria en su fase terminal. Donde no hay principios verdaderos sustentados por reglas e instituciones verdaderas, toda la vida pública se convierte en una farsa hipócrita en la que toda la hez de la sociedad encuentra acomodo, plaza de mando y privilegio. Lección no pequeña la que trasmite un estado de cosas, cuya normalización es la auténtica corrupción mental que todo lo enerva y contrae a una miserable escala.