“Siluetas de lo invisible” es un libro que no debió conocer la luz. Los poemas que contiene, su íntima esencia, pasaron en sucesivas y esporádicas pulsiones de lo invisible a lo visible, de ser una fugaz y recóndita energía a fluir en trazos de tinta sobre un papel blanqueado. El tránsito, a veces imposible, siguió el curso de una inexplicable metamorfosis orquestada desde el inicio por la no siempre esforzada voluntad. Este libro no debió conocer la luz porque lo que en él se expresa pertenece al trasfondo oculto de lo que llamamos alma, allí donde se deshacen en volutas de humo la afluencia continua de impresiones y sentimientos.
La vida, que a la postre no es más que eso, un relato no escrito de impresiones y sentimientos hermanados, carece de espacio para albergar a tantos como en ella concurren, de ahí la necesidad y eficacia del olvido. Lo que sale a la luz por fuerza o sumisión, aunque se resista como el árbol que va a ser desposeído de sus raíces, es solo una figuración de lo invisible y nunca
habrá claridad suficiente bajo el cielo para ver y conocer el cuerpo insinuado, la sinuosidad de sus formas y el último sabor de sus palabras. Bien es cierto que el espíritu, de paso, queda liberado de su bien conocido y pesado lastre. No hay, por tanto, rastros de erudición o método en estos, tal vez, mal llamados poemas, que solo son el testimonio de una necesidad vital con la pretensión de permanecer como materia visible en el tiempo.