En Pi, la ficción sale derrotada ante la apabullante realidad. El autor se ha visto obligado a formalizar un pacto: crear un entorno ficticio en el que los hechos reales se encuentren cómodos para que, quien lea dicha historia, se quede conquistado por una ficción completamente real. El comportamiento de una familia burguesa, revuelta por intereses sexuales, puede ser más irracional que el número pi, y los amores y mentiras, infinitos, como los decimales del número griego. Como al amor sólo le hace falta un tropiezo para convertirse en odio, de éste a la maldad más atroz, sólo hay un paso. Pi siempre ha sido desorden a la vez que atractivo.