Ana está muriendo y es consciente de ello. En ese preciso momento, cuando descubre que el camino llega a su fin, intenta recordar todo lo que ha vivido y reflexiona acerca de la felicidad.
Ha residido gran parte de su vida en la hacienda de sus padres en la localidad de San Vicente, provincia de Buenos Aires, lugar que ha marcado su existencia de forma tal que siente que es su espacio en el mundo. Es la más pequeña de una familia numerosa, amante de la naturaleza que la rodea, sensible al mundo que pisa y muy atenta a los sentimientos de los demás.
Sus hermanastros vivían en otras fincas ubicadas alrededor de la hacienda, mientras que ella compartía su hogar con cuatro hermanas y sus padres. Muchos años estuvo al cuidado de una criada, de nombre Matea, que se convierte en su amiga incondicional y su confidente.
Pasaba sus días de niñez y juventud con Francisco, un peón encargado del cuidado de los caballos que aspiraba a convertirse en algo más solo para poder aspirar a su cariño. Siendo muy jóvenes, comprendieron que se amaban profundamente, y a pesar de que no fuera posible el hecho de estar juntos por las diferencias socioeconómicas, que tanto marcaba la sociedad de esa época, intentarían cambiar su destino y vivir lo que ellos creían que podía ser una gran historia de amor. Pero la vida se encargaría de enseñarles que debían estar dispuestos a luchar incansablemente por su sueño de estar juntos.