En los primeros días de junio del año 1186, Alfonso VIII “El Noble”, rey de Castilla (1158-1214), inició el proceso para la fundación de una ciudad en un lugar despoblado del concejo de Ávila, en la Extremadura castellana; sito en las proximidades de la “Calzada Guinea” y tampoco lejos del río Tajo, a la salida del valle en el que nace y por el que discurre el Jerte, precisamente sobre un promontorio que se extiende a lo largo de la margen derecha del precitado río, enfrente de determinado paraje de la ribera opuesta, en el que desemboca el arroyo “Nieblas”, junto al cual pasaba un camino público, y donde entonces existía una alquería lindante con la antigua iglesia de Santa María, sobre cuya puerta se hallaba la “torre de Ambroz”; todo ello ubicado en las proximidades de una presa sobre el cauce fluvial, que tiene su apoyo superior en aquella margen izquierda y luego cruza en diagonal hasta la aceña construida aguas abajo, en la ribera derecha, cerca del estribo de un puente, que en la contraria margen se asentaba sobre una roca. El 3 de marzo del 1188, el arcediano Pedro Tajaborch recibe del rey una heredad delimitada “más allá del río”, con su iglesia, y las citadas presa y aceña.
El 8 de marzo del 1189, el monarca castellano promulga el “Privilegio fundacional” de la ciudad, ya denominada “Plasencia”, dotando al nuevo concejo con territorios en su inmensa mayoría segregados del alfoz de Ávila y con otros, situados al Sur del Tajo, que habían formado parte del llamado “Señorío de los Castro”, incluidos los de Monfragüe, sin el castillo, y concediendo a sus ciudadanos “cuanto en adelante pudieran adquirir”. Para que la nueva urbe fuera sede episcopal y alcanzase la categoría de auténtica “civitas”, Alfonso VIII consigue que en 1190 el papa Clemente III dicte la bula “Tunc Dei beneplacitum”, decretando la erección canónica de la diócesis de Plasencia, de la que será don Bricio su primer obispo. El 18 de noviembre de 1221, el pontífice Honorio III, a ruego del rey Fernando III, emitirá la bula “In regestis felices memoriae”, que transcribe la anterior y confirma la reseñada creación diocesana. Durante la expedición militar realizada en 1196 por el ejército del califa Abu Yusuf Ya’qub
al Mansur, desde Sevilla hacia Toledo; tras la toma de Montánchez, Trujillo y Santa Cruz, los almohades atravesaron el río Tajo y seguidamente arrasaron la ciudad de Plasencia, sin poblarla, apresando al “tenente” y a ciento cincuenta de sus habitantes, que llevaron a Marruecos, con otros cristianos hechos cautivos el año anterior en Alarcos, para que trabajaran en la construcción de la mezquita de Salé. El día 15 de agosto del mismo año, el rey de Castilla recuperaba la desolada ciudad y dispuso que inmediatamente fuese reconstruida, fortificada y repoblada.
A finales del siglo XII, Alfonso VIII culminaba el proceso de ordenación del “Concejo de Plasencia y su Tierra”, otorgando a los placentinos un conciso Fuero, en lengua latina y también la necesaria potestad normativa para “mejorar su carta y sus fueros”.