Suso Valverde (1954 – ya veremos), Vigo.
Los perros eran desconocidos en mi primera infancia, ignoraba absolutamente la naturaleza de estos animales y además les tenía un pánico turbador. En aquellos tiempos, para mí había cuatro tipos de perros: los que estaban sueltos dentro de una finca pero no podían o no querían salir, los condenados a «cadena» casi perpetua atados a una caseta (tenías que calcular la zona de riesgo en función de la longitud estimada de la cadena), extraordinariamente te podías encontrar a un perro llevado de la correa por algún extraterrestre y, por último, estaba el perro «suelto». Este último era mi bestia negra, no se sabía de dónde venía ni a dónde iba, pero te lo podías encontrar sobre todo cuando ibas «solo» a comprar un tebeo al kiosco.
En aquel tiempo, yo tendría menos de diez años, una editorial publicó un álbum de cromos de «perros de raza». Las ilustraciones de los cromos eran pinturas a color no demasiado elaboradas inspiradas en las fotografías de una enciclopedia que muchos años más tarde compré. El caso es que aquel álbum me abrió los ojos a un mundo desconocido. Por supuesto yo ignoraba que existiesen tantas razas de perros y en mi corta vida podía haber visto como mucho media docena de perros de razas reconocibles, pero aquellos cromos y la pequeña reseña que hablaba de cada raza me causaban fascinación.
Un par de años más tarde, la suerte quiso que mis padres no pudieran rechazar el regalo de un familiar, una perra Collie de más de un año. Diana era una perra extraordinaria. No lo supe entonces, pero ella fue quien me enseñó lo que hace falta saber para relacionarte con los perros.
Yo era un niño y nadie me había enseñado cómo debía hacer o no hacer, pero mi comunicación con ella no requería instrucciones, sencillamente fluía, aunque el mérito no era mío. Ella se las apañaba para interpretar cualquier cosa que le pidiese.
En mi segundo año de universidad sentí la necesidad de conocer verdaderamente lo que los perros significaban, cuál era su historia y, sobre todo, qué se podía hacer con ellos. En aquellos tiempos no había mucha literatura canina, pero poco a poco fui sumergiéndome en un mundillo teórico que me atraía cada vez más. Ese invierno en compañía de mi amigo Juan inauguramos lo que sería un hotel y escuela para perros. Lo pasamos muy bien y tuvimos ocasión de conocer y estudiar una gran variedad de «individuos» con sus singularidades.
Entre exposición y exposición canina, poco a poco se fue fraguando la necesidad de contar con una delegación regional de la entonces llamada Real Sociedad Canina Central, así que entre varios amigos acabamos fundando la Sociedad Canina Gallega.
Después de años dedicado a estos menesteres, al conocimiento de todo lo relacionado con el mundo animal y el canino en particular, un día decidí que o bien cortaba por lo sano o me quedaría en esa burbuja para siempre, así que cerré el chiringuito y me quedé solamente con mis perros, y a día de hoy con los de nuestros hijos. No procedería citar la lista de perros que han dejado rastro en mi vida, pero no me olvido de ninguno.
Desde entonces, he seguido disfrutando de los perros de otra manera y no hay perro que pase por mi área de visión que no sea escaneado y calificado para mis adentros. Un fugaz vistazo te dice de qué raza es o de qué razas puede descender, sus virtudes y defectos, si está bien cuidado o no, si hace ejercicio, si se lleva bien con quien está al otro extremo de la correa, si es un perro equilibrado, si camina bien o tiene los pulpejos blandos, o las uñas largas, etc.
El pronóstico de mi examen puede no ser acertado íntegramente, pero es un juego que disfruto conmigo mismo, me sirve como actualización de datos y creo que me acompañará toda la vida.