Será una coincidencia, o quizás no, pero hace unos días, al poco tiempo de terminar este libro, Radowen, el hermano perdido, de Francisco J. Redondo Notario, mantuve una conversación con un crítico literario, y, pese a ello, amigo, que guardaba estrecha relación con el contenido de esta trama. Todo comenzó cuando se me ocurrió sugerir que la ciencia ficción cinematográfica estaba viviendo una etapa dorada, gracias sobre al buen hacer de algunos autores, como Christopher Nolan o Denis Villeneuve, creadores de películas tan memorables como Interstellar, del primero, o La llegada, del segundo. Hasta ahí, bien. El problema fue cuando planteé que esperaba con ansias la nueva cinta de Villeneuve, basada en la clásica y antológica saga Dune, de Frank Herbert. Mi colega, con una rotundidad tan sorprendente como aplastante, dijo: «Vale, pero eso no es ciencia ficción». «¿Cómo que no?», respondí… Y a partir fue creciendo la bola de nieve. Él defendía que solo se puede considerar ciencia ficción aquellas películas o libros que tengan una intención científica, que pretendan ser realistas, y que, aunque haya cierta fantasía en ellas, debe ser una fantasía «posible». Mi concepto, en cambio, es mucho más amplio, entre otras cosas porque tengo un concepto también más amplio sobre qué puede ser posible. Así, por ejemplo, para mí la saga de Star Wars entra también dentro de la ciencia ficción. ¿Por qué no podría ser posible? Sí, claro que tiene licencias poéticas, pero ¿acaso no las tiene el universo Star Trek, que mi compañero, curiosamente, veía como el paradigma de la auténtica ciencia ficción? Es cierto que detrás de esta discusión bizantina se puede intuir un pique, algo manido, pero real, entre fans de esos dos universos frikis, pero para mí ambas cosas entran en ese género.
El problema de fondo es que los géneros literarios —y por extensión, los cinematográficos— no son cajones estancos y homogéneos, ya que admiten filtraciones de otros géneros. Y un buen ejemplo de ello, como le comenté a mi colega, es esta novela. Sí, Radowen, el hermano perdido, es una novela de ciencia ficción, ya que contiene algunos de los elementos esenciales del género (extraterrestres, viajes por el espacio, etc.) y tiene una pretensión realista y cientificista —partiendo siempre de la premisa de que estas obras suelen tener mucho contenido especulativo—. Pero también sigue el esquema de las novelas clásicas de aventuras, más centradas en el divertimento puro y duro. Y si me apuran, hay bastante drama en sus páginas, algo que, como es normal, tampoco es raro. El drama en esencial en cualquier ficción que se precie. De ahí, por ejemplo, mi quizás obsesiva convicción de que, excepto en casos puntuales, muy pocas novelas pueden adscribirse a un género completo. Pero ese es otro tema…
Continuando con Radowen, el hermano perdido, y siempre intentando reducir al mínimo los spoilers, he de decir que, como gran aficionado a ese otro constructo que los críticos literarios denominan «lo fantástico», me ha parecido una obra extraordinaria y brillante, y más tratándose como se trata de la opera prima de su autor, Francisco J. Redondo Notario. Y lo es por varios motivos. Desde una perspectiva puramente literaria, el autor, con concisa pluma muestra maneras de gran escritor en potencia, tanto en la creación y evolución de sus personajes como en la descripción de ambientes y paisajes imaginarios, la confección de tramas y en el dominio del suspense y la intriga. Aunque la novela está construida siguiendo el arquetípico patrón (planteamiento, nudo y desenlace), el autor juega con la estructura a su manera. Esto puede parecer baladí, pero es un factor que hace que su lectura sea mucho más enriquecedora. Ya lo dijo el maestro Julio Cortázar: «Una novela no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura».
Por otro lado, en lo que respecta al contenido, la obra juega con un tema que hará las delicias de todos los aficionados al fenómeno ovni —partiendo de que este apasionante enigma tenga de verdad relación con extraterrestres, algo que no tienen demasiado claro los defensores de una propuesta muy de moda en este mundillo, la llamada paraufología—, y en especial a los que ven viable que el devenir histórico del ser humano guarde relación con una posible manipulación externa a manos de seres de otros lugares del cosmos. Esta idea siempre me ha fascinado, desde que hace ya varias décadas llegó hasta mí un libro del ínclito Erik Von Däniken, defensor de eso tan abstracto llamado «teoría de los alienígenas ancestrales».
Lo curioso es que, en esta novela, Francisco J. Redondo Notario relaciona todo esto con otro tema que me fascina: la evolución del ser humano y, en especial, el misterio de los neandertales, primos hermanos de los sapiens, nosotros, con los que incluso compartimos un pequeño porcentaje de material genético. Y no solo eso. Los paleantropólogos cada vez tienen más claro que se trató de una especia de homínidos con una inteligencia y unas habilidades muy parecidas a las nuestras. Esto daría para mucho, pero, en cualquier caso, me ha gustado que el autor juegue con la posibilidad de que… Ahí lo dejo, ya saben, spoilers no.
En resumidas cuentas, Radowen, el hermano perdido, es una entretenida, amable y estupenda novela de ciencia ficción y aventuras que, seguro, gustará a todos los amantes de «lo fantástico» y les hará pasar un rato divertido e instructivo. Una gozada muy de agradecer en estos tiempos oscuros.