La entrada del otoño, como un inmenso pincel que se impregna en una enorme paleta, va cambiando lentamente los colores del paisaje en el que ocurren los hechos que se cuentan: las tonalidades anaranjadas, ocres y amarilla se imponen y desplazan a las distintas tonalidades del verde que, antes, se extendían por todas partes. Pero el pincel no cesa en su actividad y sigue trazando con decisión precisos trazos que acaban afectando a los propios personajes. La portada del libro nos muestra cómo las flores, en su marchito declive, se desvanecen y el viento las zarandea. Por el aire sin rumbo vuelan para caer derrotadas sobre un suelo hambriento que las acoge y se nutre con ellas, hasta que nuevos brotes resurgen de sus entrañas con renovadas fuerzas. En ese interminable círculo se enredan y confunden el dolor con la esperanza, el miedo con la valentía y la realidad con la historia que se cuenta en este libro